Con frases como “yo no quiero que mi hijo (a) sea como yo, un burro (a), “quiero que ellos tengan lo que yo no tuve y no tengo”, “mi meta es que a ellos les vaya mejor que a mí”, “que no pasen el trabajo que yo he pasado”, “si a mí me ha ido bien, a mis hijos les debe ir mejor”. Los venezolanos, sin excepción, elaboran su agenda de vida. Son frases que reflejan el aprendizaje de haber vivido la democratización educativa iniciada en la Venezuela de 1958 hasta la fecha.
El adulto venezolano reconoce en su vida un momento de inclusión, de mejora en la calidad de su vida, de haber alcanzado mayores y mejores recursos para vivir con autonomía y libertad, gracias a la voluntad y disposición individual propia o de sus padres para aprovechar las oportunidades educativas que la nación brinda y brindó.
Sin obviar que para unos ha sido más difícil que para otros, bien por circunstancias personales y/o familiares, bien por el momento socioeconómico o político que a cada uno le tocó vivir cuando adelantó su escolaridad, la gran mayoría de esta población cuenta con un testimonio personal de cambio de vida asociado al proceso educativo venezolano.
Los datos del Censo del 2001 humanizan y dan magnitudes a los argumentos anteriores. L@s venezolan@s mayores de 25 años, conforman 4.968.510 hogares; si los organizamos de cien en cien, en cada grupo habrá seis abuelos, de ellos dos son analfabetas, tres culminaron algún grado de la primaria y sólo uno tuvo posibilidades de cursar estudios de educación media o superior.
Hoy, los seis abuelos se recrean con el resultado de su lucha para construir el futuro de sus hijos y, simultáneamente, cambiar el panorama educativo de la Venezuela de la segunda mitad del siglo XX. Esa generación, junto con el Estado venezolano, se empeñó en que las probabilidades reales que tuvieran sus hijos, de cursar estudios de educación superior, sean de 14% y de la educación media de 12%, cuando para ellos estuvieron virtualmente vedadas. Consiguieron que el 54% de sus hijos, los padres y madres de estos hogares, culminaran siete o más años de educación básica.
La tradición luchadora trascendió; los mismos abuelos disfrutan de 34 nietos, siendo poco probable que uno de ellos sea analfabeto (0,2% ), mientras que diez obtienen títulos de educación superior. De los veintitrés nietos restantes, quince culminan la educación básica y ocho la secundaria. Estos logros son mejorados discretamente por los pocos bisnietos que ya cumplieron los 25 años.
Esta nota alude a logros de la democracia, a la efectividad y el impacto histórico de la masificación educativa, al aprendizaje social e individual alcanzado cuando se empodera al pueblo mediante el crecimiento de sus capacidades, al aprendizaje de vivir con autonomía y libertad para estructurar la vida individual y familiar sin desligarse del desarrollo histórico y social del país.
¿Desaparecerán esos aprendizajes, extinguirán el sentimiento de logro y la tradición luchadora de los jefes de hogar, se acabará con la capacidad de elección y autonomía de cuatro generaciones de venezolan@s gracias a cambios de contenidos programáticos por principios y valores ideologizantes, impartidos con pedagogías diseñadas para inculcar la obediencia, la disciplina y el olvido de la autonomía y la libertad individual que viabilizan el proyecto de poder del grupo dominante responsable del gobierno del país?
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