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Es una lastima que Luis Eduardo no haya entendido aquella tarde el mensaje que su perro intentaba transmitirle.

Era obvio que algo le pasaba al canino, pues él casi nunca se ponía así tan nervioso, tan acelerado. Pero en esos campos oscuros son muchas las cosas que uno puede ver, oler o sentir y que lo hacen poner a uno nervioso, acelerado, y eso incluye a los animales.

En una oportunidad, las gallinas de Eulalia estaban todas alborotadas y comenzaron a bajarse en cambote de la mata de mango donde solían dormir y de inmediato Nicanor, quien las conocía como si las hubiera parido, buscó su escopeta y salió a ver qué era lo que les ocurría.

El cunaguaro estaba allí, montado en una rama alta, con sus ojos amarillos brillando en la oscuridad, en posición de combate, y no lo pensó dos veces para lanzarse en contra de Nicanor apenas lo vio salir.

El impacto se escuchó a lo largo y ancho del Cunaviche. Los restos del cunaguaro quedaron esparcidos por varios metros a la redonda.Se dice que al propio Luis Eduardo una vez le ocurrió que la niña estaba durmiendo en su cunita y el perro comenzó a ladrar desesperado en la puerta del cuarto. La esposa de Luis Eduardo le dijo: 'Callate, perro, que no me dejas dormir', pero el canino ensordecido continuaba ladrando y daba vueltas y corría de un lado a otro. Luis Eduardo tomó su machete y su escopeta, porque en todas esas casas del sector Los Merelles del municipio Pedro Camejo, estado Apure, siempre tienen presta a ser utilizada una escopeta, y salió a averiguar.

Cuando el perro lo vio, gimió varias veces como diciendo 'al fin' y corrió hacia el rincón indicandole la razón de sus ladridos.

Luis Eduardo quedó estupefacto. Una serpiente amarilla estaba allí, al borde de la cunita, como intentado escalar. Puso la escopeta con cuidado en el piso y se le fue encima, machete en mano. El perro sonrió y salió de la casa con el pecho erguido.Aquella tarde ya estaba próxima a caer la noche cuando Luis Eduardo regresaba de acompañar hasta su casa a un muchacho que se había quedado trabajando en su fundo. No se había llevado la escopeta sino el machete. Antes de irse, le quitó el motor a su canoa y lo dejó en el porche de la casa, pues debía hacerle mantenimiento al día siguiente bien temprano porque al mediodía debía salir a llevar una mercancía.

Ya venía de regreso cuando se le apareció su perro, un mestizo acuerpado de color como anaranjado y grandes ojos marrones que saltaba de un lado a otro. í‰l pensó que el canino lo estaba saludando, pues algo parecido solía hacer cuando regresaba de navegar por las turbulentas aguas del Cunaviche. Lo tomó por el lomo y comenzó a hacerle cariño, pero el perro no dejaba de ladrar.Los intrusos.

Aquella tarde, no había transcurrido ni media hora desde que Luis Eduardo salió cuando llegaron aquellos hombres, cuatro en total. Lo primero que hicieron fue cargar el motor de la canoa entre dos de ellos y meterlo en el yip en el que se desplazaban. Luego buscaron unas escaleras para subirse al techo de la vivienda. La mujer de Luis Eduardo no estaba en ese momento, pues por las tardes solía irse con la niña a casa de sus familiares a esperar que su esposo terminara de trabajar; decía que le daba miedo quedarse sola. Los sujetos levantaron las laminas de zinc del rancho y se metieron en su interior.El caso es que desde dentro tampoco pudieron abrir la puerta, por lo que decidieron que las cosas que iban a robarse también las sacarían por el boquete que habían abierto en el techo.

Por ahí sacaron las dos motosierras de Luis Eduardo, un bolso con sus implementos de trabajo, una planta eléctrica y dos rollos de alambre, entre otras cosas. En eso estaban cuando sintieron al perro ladrar. Era obvio que ya no les daba tiempo de salir de la vivienda, por lo que decidieron esconderse. Uno de ellos se apoderó de la escopeta de Luis Eduardo, la montó y se puso al acecho detras de la puerta. El joven campesino se percató de inmediato de las laminas de zinc levantadas y apuró el paso.

El perro no cesaba de ladrar. Se puso en guardia, machete en mano, y abrió la puerta con rapidez. No entró sino que se quedó mirando hacia el interior. Los ladridos continuaban. Luis Eduardo supuso que ya los ladrones se habían marchado de la vivienda, pero aun así entró con sigilo. No había caminado ni un metro cuando sintió el cañón frío de su escopeta en el cuello. 'Suelta el machete', le ordenaron. Luis Eduardo fue amarrado con las manos a la espalda. Hasta ese momento no sabía quiénes eran los ladrones porque estaban encapuchados, pero uno de ellos habló y lo reconoció de inmediato. Era un vecino. Los malandros se percataron de que él los había identificado y fue en ese instante cuando decidieron darle muerte.Lo sacaron cargado de la vivienda, lo montaron en el yip y se marcharon porque sabían que la esposa del campesino estaba próxima a llegar. Cuando habían recorrido un trecho, detuvieron la marcha, a un costado del río. 'No me vaya a hacer nada malo, compa', atinó a decir Luis Eduardo. Uno de los hombres le preguntó si los había reconocido y él les dijo que no y que si así hubiera sido, no se lo diría nunca a nadie; pero no le creyeron. Uno de los hombres se le puso por detras y lo tomó con las dos manos por el cuello y comenzó a estrangularlo hasta que sintió que el infortunado ya no se movía.Luego echaron el cuerpo a un lado, le ataron los pies, le amarraron a los tobillos una bolsa grande llena de arena y lo lanzaron a las profundas aguas del Cunaviche.Canino mojado. Cuando llegó su esposa, se extrañó de que no estuviera en casa, pero se extrañó mas aún de ver la casa revuelta y por poco le saltó el corazón cuando se dio cuenta de que el techo había sido violentado y de que por allí se había metido alguien. Se volvió como loca y comenzó a buscarlo por todas partes. Pidió ayuda a unos familiares y fueron hasta la casa del empleado que él había acompañado y este les dijo que no sabía nada.No pudieron dormir en toda la noche hasta que al día siguiente sintieron los ladridos del perro. Cuando salieron, lo vieron todo empapado. El perro corría de un lado a otro, como queriendo decirles algo, y fue cuando decidieron seguirlo para averiguar.El canino los llevó hasta el río y allí, en la orilla, estaba el cadaver de Luis Eduardo, ya sin la bolsa de arena atada a los tobillos.Funcionarios del Cicpc iniciaron las investigaciones y lograron detener a uno de los responsables del crimen, identificado como Antonio Samuel Correa Vargas (32), quien fue sometido a juicio y finalmente condenado a 26 años de prisión por el delito de homicidio calificado con alevosía en la ejecución de un hurto. Actualmente, permanece recluido en el Internado Judicial de Apure. .. REGRESAR


Fecha publicada: 16/03/2015
Fuente: Ultimas Noticias
Tema: sucesos
Tags: Muertes violentas en Venezuela


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