Con un bebé recién nacido fueron muchos los trámites que tuvimos que preparar para ir: certificado de nacimiento, pasaporte, visa. Eso de pedir visa para mis hijos, además de ser engorroso duele, porque ellos también son venezolanos, pero por ahora tener un pasaporte que lo certifique es más complicado que pedir una visa de turista.
Teníamos todo listo, pasé la noche en vela terminando de hacer las maletas. Siempre me pasa, una mezcla de ansiedad y expectativa por el viaje con la eterna manía de hacerlo todo a última hora. Yo no dormí y mis hijos lo hicieron ya con la ropa del día siguiente para facilitar la salida a las 3 de la madrugada.
Cada mañana cuando los despierto para ir al colegio se quejan de sueño y cansancio, pero esta vez se despertaron felices y animados, emocionados repetían “hoy nos vamos a Venezuela!” y no hubo que convencerlos ni arrearlos a pesar del madrugonazo.
Dos vuelos para llegar a Caracas, yo sola con mis 3 hijos por decisión propia, porque quise ganarle unos días a las vacaciones de trabajo de Andrés y decidí irme antes, con mis 3 eternos compañeros….
Poco antes de aterrizar en Maiquetía Eugenia, que estaba en la ventana, se despertó y la abrió para ver el aterrizaje… De repente ese paisaje que se me presentaba me daba emoción y susto a partes iguales. Sentía cómo se me aceleraba el corazón de volver a mi tierra, mi país amado, de saber que vería a personas tan queridas, de saborear la comida que probaría; pero al mismo tiempo sopesaba todos los consejos de precauciones que debía tener y sentía el corazón pesado.
Cargué niños, busqué maletas, le pedí a Andrés Ignacio que me ayudara empujando una de ellas, pasé por los controles y la persona que revisó mi pasaporte con una sonrisa me dio la Bienvenida. Al salir encontré la cara emocionada de mi mamá y ya subiendo a Caracas me sentí aliviada. Aliviada de estar con ella y aliviada de ver de nuevo mi Avila, esa montaña imponente que cerca la ciudad y cerca también el corazón de todos los caraqueños.
No lo voy a negar, no despegué la mirada de la ventana y claro que vi deterioro, mucho. Supongo que el tiempo sin estar hace que resalten las diferencias, en este caso lastimosamente no para bien.
Tenía 3 años sin visitar mi país y me hacía tanta falta que me dolía en el estómago aunque luego verlo como está también me doliera en el alma... REGRESAR |