Los sueldos de los altos funcionarios de la administración pública han sido siempre objeto de controversia. Para algunos, no se justifica en un país con altos índices de pobreza y donde un maestro, un médico o un policía ganan poco más que salario mínimo, los altos funcionarios del Estado gocen de sueldos y beneficios astronómicos. Actualmente, por ejemplo, el sueldo del Presidente de Pdvsa es de unos 55 mil bolívares fuertes (55 millones de los viejos) mensuales, el de la Presidenta del Tribunal Supremo de Justicia 44 mil y el del Banco Central de Venezuela 42 mil.
Otros, en cambio, argumentan que el impacto de su labor sobre el bienestar del resto de la sociedad justifica remuneraciones comparables a las de los altos ejecutivos del sector privado, ya que de otra manera no se lograrían atraer gerentes competentes al sector público. A mi modo de ver, este último argumento es solo parcialmente cierto, ya que en muchas otras sociedades la satisfacción y el prestigio asociados a la función pública hacen que sea posible convocar a los mejores talentos sin necesidad de equiparar sus salarios con los del sector privado.
Tomemos el caso del Presidente del Banco Central de Venezuela. En dólares al tipo de cambio oficial, su sueldo asciende a casi 20 mil dólares mensuales, monto inferior al de los altos ejecutivos de las grandes entidades financieras del país. El sueldo del Presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, por su parte, es de menos de 12 mil dólares mensuales. Los presidentes de las empresas listadas en el índice S&P500 ganaron en promedio más de 15 millones de dólares durante el 2006, pero aún así resulta difícil imaginar a un banquero declinando la nominación a la Presidencia de la Reserva Federal por razones económicas.
Obviamente, el Estado venezolano requiere de una revisión a fondo de su estructura salarial, pero esta debe estar fundamentalmente orientada a elevar las remuneraciones –y paralelamente el desempeñoen funciones clave para la inclusión de las grandes mayorías al desarrollo como la docencia y la policía, ya que resulta absurdo esperar que por mera vocación los mejores individuos de su generación opten por estas carreras y no por otras muchísimo más rentables. Pero cualquier mejora salarial sería insuficiente si no logramos identificar el servicio público con valores como el orgullo, la sencillez y el profesionalismo, valores que lo caracterizaron en los inicios de nuestra democracia, se extraviaron en el camino y hoy se han invertido por completo. Recuperarlos es tarea fundamental para construir el país que todos queremos. REGRESAR |