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Una de las mayores vergüenzas de esta revolución es el secuestro ejecutado por la familia presidencial al estado Barinas, revelando que el llamado socialismo del siglo XXI más que un proyecto es, en realidad, sólo una metáfora populista de cambio, una engañosa excusa para enriquecerse ostensiblemente y de manera súbita.
Aunque a lo largo de estos años rojos rojitos esta mácula indigna es vox populi en cualquiera de las ciudades y pueblos de esa entidad llanera, cada día son más sonoras y representativas las voces que denuncian esta especie de botín de guerra con el que el Jefe Supremo ha premiado a sus padres y hermanos, generando una insólita escalada de nepotismo, tráfico de influencia y corrupción, jamás vista en nuestra historia republicana, aun incluyendo el período despótico de Juan Vicente Gómez.
Han sido sus propios coterráneos los que se han encargado de contarle al resto de los venezolanos, la vertiginosa transformación de una modestísima familia, cuyos únicos haberes consistían en una casita tipo solución habitacional, adquirida por allá por los tiempos del primer gobierno de Caldera, y una pequeña finquita que llamaron La Chavera –revelador anticipo de delirios reprimidos de supremacía familiar–, comprada con la jubilación magisterial del pater mayor, apenas idónea para disfrutar de un sancocho de gallina dominical.
Desde el arribo al poder del miembro charreteado, el resto del clan familiar ha diseñado una entramada red de corrupción y nepotismo desmedido y escandaloso, que incluye a la gobernación del estado en dos versiones: el padre y un hijo. El primero electo constitucionalmente y el segundo, impuesto y consagrado por un amañado cargo de secretario de gobierno. Otro de los vástagos alcanzó electoralmente la Alcaldía de Sabaneta y en las que fueron derrotados el clan les superpuso estructuras burocráticas paralelas. El fino y ominoso tejido alcanza con sus favores hasta parientes consanguíneos de cuarta filiación, como uno de los primos que obtuvo de manera expedita el multimillonario contrato para hacer las obras regionales para la Copa América.
El control político les ha garantizado un poderío económico, que según las denuncias más recientes formuladas por el diputado Wilmer Azuaje, a quien nadie puede calificar de contrarrevolucionario, les ha permitido adquirir por mampuesto un total de diecisiete fincas, entre las que destaca la de más reciente data, llamada idílicamente La Malagueña, una hacienda de 500 hectáreas comprada por 800 millones de bolívares fuertes, nada más y nada menos que por el encargado del primigenio conuco La Chavera, un trabajador leal que devenga un sueldo mínimo, justificado laboralmente hablando por sus reconocidas cualidades culinarias a la hora de asar carne en vara y preparar terneras.
Voraces por naturaleza, no en balde por pura envidia esgrimieron ayer a la corrupción como bandera proselitista, para hoy poder protagonizar una cruenta historia de terrófagos y neo-latifundistas, velada por esa metáfora gatopardiana llamada Revolución. REGRESAR |
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