El presidente Chávez es un personaje que se escribe a sí mismo. Para unos, respecto al currículo bolivariano, decidió adoptar el papel del líder paciente y sopesado. Para otros, asumió el papel del jefe temeroso ante la posibilidad de que sus acólitos no queden bien parados en las regionales de noviembre.
En fin, ya encontrará en la galería de ropajes aquel que más le convenga. En la configuración de la representación social del actor político, el individuo debe intuir cuándo debe parecer invulnerable y cuándo debe victimizarse.
Claro, el triunfador, el héroe, el luchador 'del lado de los buenos' en la arena política no sólo debe ser o representarse como carismático. También debe ser fuerte, o al menos aparentar serlo.
Por eso el poder necesita de la tarima.
Pero ese alejamiento es perversamente combinado con un acercamiento ficticio que genera, así sea fugazmente, una identificación plena. Si bien es indispensable marcar la distancia que garantice la superioridad, el actor intenta seducir al imaginario del pueblo de tal forma que consiga con la puesta en escena lo que se trataba burda y terriblemente de hacer, por ejemplo, con el eslogan: 'Lusinchi es como tú'.
Chávez siempre ha sido talentoso en el arte de la tribuna. Le gusta el show, y el collar de micrófonos siempre le ha venido bien. Esta teatralización de la vida pública, seguramente la potenció con el fogueo que brinda la praxis política.
Allí se desata el poder imagológico del que habla el escritor Milan Kundera: esa facultad prodigiosa y sinvergüenza de quienes disponen de la capacidad de crear imágenes y diseminarlas por el cuerpo social...
El Árbol de las Tres Raíces, Florentino y el Diablo, Bush y el Imperio (eternamente poderoso, eternamente desintegrándose), Batalla de Santa Inés, Pacíficos pero Armados, Escuálidos, Oposicionistas, Apátridas, Pírricos...
Nos guste o no, estos últimos nueve años nos han llenado los oídos de fábulas, de poder popular, de amigos y enemigos, de hegemonía comunicacional y terrorismo mediático, del socialismo como Ítaca criolla del siglo XXI.
¿Por qué ahora la fabulación no es tan creíble? Tal vez la gente está cansada de esperar ese dichoso futuro mejor, revolucionario, que 'en cinco minuticos ya está aquí', pero que nunca llega.
La reforma educativa, el caso Exxon, la crisis andina, no pasarán de ser relatos breves del libro de realismo mágico que se escribe día a día en nuestro país. El libro entretiene, pero no satisface: protagonizar y echar los cuentos ya no es suficiente.
DARIELA SOSA /Estudiante Secretaria general Cogres-Ucab REGRESAR |