Cuatro hombres juegan una partida de dominó frente al Instituto Nacional de Hipódromos de La Rinconada. Hace apenas unas semanas hicieron las primeras fogatas para talar el cerro, pero en pocos días adoptaron las costumbres de una comunidad establecida. Desde el kilómetro 3 de la Panamericana sólo se aprecian los hilos de colores y los trozos de madera que usaron para parcelar la montaña.
Al otro lado, entre la vía y un barranco, hay niños que maniobran papagayos, mujeres que amamantan a sus bebés y un grupo que saca cuentas para hacer un hervido durante las tardes del sábado y el domingo. Son los días que más disfrutan vigilando el trozo de terreno, pues hay carreras de caballos y el cerro que tomaron es como un palco central a la pista del hipódromo.
'Aquí hay pura gente sana.
En cambio, antes el lugar se prestaba para que desvalijaran carros y hasta se cometieran asesinatos. Las familias de aquí hacemos guardias y pasamos las tardes tranquilamente; los fines de semana vemos las carreras de caballos', señala Mariela Alemán, quien llegó a la toma junto con su esposo, su hijo y la familia de un tío.
La voz se corrió de manera muy rápida, y ya –afirman– son cerca de 200 familias, es decir, más de 500 personas.
No llevan allí más de 3 semanas y del lugar han sacado kilos de maleza y más de 100 sacos de tierra. No obstante, del peligro que los encierra no han reducido nada. El paso veloz de los vehículos estremece el piso y a la vista tienen enormes piedras de tierra maciza, que a ratos crujen y se desmoronan.
Alicia Cabezas y su esposo habitan la primera casa de la invasión al sur de la antigua vía a Los Teques. Reposan en una cama instalada sobre baches, grietas y hundimientos típicos de las carreteras. 'Armamos la casa en 2 días, con 16 tablas de aglomerado de madera y 16 láminas de zinc.
Creíamos que teníamos la posibilidad de comprar un apartamento y pagarlo a crédito, pero con lo que nos piden es imposible. Los dos solicitamos financiamiento y nos lo negaron', dice Cabezas.
En la frágil vivienda donde ahora se refugian invirtieron cerca de 1.500 bolívares fuertes para la compra de materiales, incluidos 250 metros de cable para robar el servicio eléctrico. Así cuentan con lo que, de momento, les resulta indispensable: cocina, televisor, radio y ventilador.
'A lo mejor este terreno no es el más adecuado para fabricar, no queremos cerrar la Panamericana, y sabemos que es un área que permite el paso de las corrientes de aire. Pero la situación de vivir arrimados nos obliga', indica Yesenia Barreto, una de las líderes que trabaja en la formación de un consejo comunal, y para tal fin lleva siempre un instructivo bajo el brazo.
La segunda casa en pie es la de Grineth Amaya, de 16 años de edad, y su bebé de 7 meses.
Esta sería la segunda invasión consolidada en terrenos propiedad de La Rinconada. La mamá de Grineth, Gisela Álvarez, reside en la primera ocupación situada en la colina de enfrente y bautizada Bosque Bolivariano. Desde allí cuece los teteros que, deslizándose tierra abajo, da a su nieto.
'La semana pasada vinieron el prefecto de Caracas y una comisión del Ministerio de Ambiente. Quedaron en darnos respuesta pronto (hoy). Hemos escuchado que el prefecto quiere cuidar esto porque tiene acciones en el hipódromo, pero nosotros queremos una solución acordada; estamos con la revolución', asegura Yesenia Barreto.
Casi todos provienen de los sectores El Estanque, La Gallera y El Peñón. Y lo mejor de su nuevo hogar, por ahora, les resulta la vista panorámica y el clima frío que combaten con unos sorbos generosos de ron REGRESAR |
