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Reapareció Antonini Wilson, al menos en televisión, saliendo de un tribunal en Miami donde da cuenta de algunos sucios negocios bolivarianos. Se veía bien el hombre, vestido impecable, con una corbata casi roja pero ya no rojita. Está más delgado, mucho más flaco que aquella vez que lo vimos, también en televisión, pero filmado por las cámaras de seguridad de un aeropuerto en Buenos Aires. ¿Será que se puso a dieta? ¿O es que la conciencia le quitó el apetito? Fue en varios restaurantes de Miami donde, gracias a grabaciones clandestinas, comenzó a revelarse la trama de todo este embrollo del maletín y los 800 mil dólares encontrados en él y los 4,2 millones que dicen que faltan. Indagando dónde comían y qué comían estos empresarios revolucionarios, encontré cosas curiosas que surgieron cuando me hice esta pregunta: ¿Qué comen nuestros mafiosos? Antiguamente, cuando un jefe mafioso ordenaba alguna fechoría, reunía a los conjurados y juntos compartían un trozo de pan untado en aceite de oliva con ajo, algo de sal, y un vaso de vino, cuya ingesta se interrumpía a la mitad, para continuarla una vez consumado el crimen. El pan significaba la unión, la sal el valor, el vino la sangre y el ajo el silencio.

El mayor orgullo de un mafioso era cocinar él mismo para la persona que iba a eliminar. Todos eran excelentes cocineros, orgullosos de sus productos autóctonos, refinados y detallistas, y cuando los invitados escuchaban del anfitrión palabras como 'quiero que sepan que yo mismo me encargaré de cocinar', bueno, ya sabían a qué atenerse.

Los mafiosos norteamericanos variaron un poco la costumbre y tomaron por escenario los restaurantes. Al Capone ultimó los detalles de la matanza de San Valentín en un restaurante italiano de Chicago.

Luciano eliminó a Giuseppe Masseria, el 15 de abril de 1931, en el restaurante Scarpato, la mejor cocina de Coney Island. Maranzano organizó un banquete de quinientos cubiertos para celebrar la toma del Bronx.

El hecho de cometer delitos, sean estos políticos o comunes, dice Marcelo Aparicio en la introducción al libro La mafia se sienta a la mesa, no tiene por qué estar reñido con las buenas costumbres y modales en la mesa. 'Las comidas con políticos o economistas o personajes influyentes -agrega- respetan hoy, sin saberlo, aquellos ritos culinarios y de buena mesa que precedían a grandes operaciones o, sin eufemismos, a los más cruentos crímenes de la mafia neoyorquina o siciliana'. Pues, se equivoca. Los nuestros son menos exquisitos y a las pruebas me remito.

En el socialismo del siglo XXI, los corruptos de maletín son menos sofisticados y más pragmáticos. Ya no cocinan para sus cómplices y, si lo hacen, no pasan de una parrilla que generalmente se les quema. Y cuando van a un restaurante, se conforman con una ¡Diet Coke! Vaya cinismo el de estos revolucionarios, porque hay que ser bien falso para ordenar una bebida de dieta luego de meterse tremenda papa, como las que acostumbraba el gordo Antonini Wilson, de quien, lo menos que se puede decir, es que está subido de peso. Cuando el 30 de noviembre del 2007 se reunió con Moisés Maiónica en el restaurante Bravo (1515 SE 17th St # 101, Fort Luaderdale, (954523.94.41), ordenó lo siguiente: calamari fried with marinara sauce ($9,75), cotoletta parmigiano, breaded veal cutlet with tomato sauce, parmigiano and mozzarela ($21,25) y de postre tremenda torta de chocolate ($9,75). Por su parte Moisés Maiónica que, según me dicen porque no lo conozco, es casi tan gordo como Antonini, también comió calamares y ordenó de segundo scaloppina al marsala con funghi ($21,25). No acompañaron la comida con un buen Brunello di Montalcino, como hubiera sido de rigor, sino nada más y nada menos que dos Coca-Cola de dieta con una rodaja de limón. Coño, definitivamente, estos revolucionarios son de pacotilla, ni siquiera saben comer y beber bien. REGRESAR


Fecha publicada: 26/09/2008
Fuente: TalCual
Tema: comida
Tags: El caso del Maletin de 800 mil dólares


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