Hasta hace un año, Franklin Durán viajaba a su aire. Tenía jets, carros costosos, yates, lanchas y amores. Este hombre de 41años de edad, de origen humilde, se movía como pez en el agua entre los poderosos, pocas cosas lo atemorizaban y había hecho su propio nombre entre los empresarios que gozan de fortuna reciente.
Hoy, va todos los días a la corte vestido elegantemente.
Combina la corbata con el traje y los zapatos. Pero siguen visibles los surcos que dejan en su rostro las noches en vela, la angustia y la incertidumbre.
Desde el 9 de septiembre ve cómo su vida es expuesta ante un jurado compuesto por catorce personas, que poco o nada sabían de Venezuela antes de ser escogidas para este juicio. Son ellos los que decidirán si es culpable o inocente de haber actuado sin autorización, en territorio estadounidense, como agente del Gobierno venezolano. A ellos les tocará dictaminar el destino de este empresario que se vio envuelto en el escándalo del maletín por su estrecha relación comercial y de amistad con Guido Antonini. Emitirán una sentencia guiados por una de las dos imágenes contradictorias que la fiscalía y la defensa han tratado de exponer.
La estrategia que ha seguido la fiscalía es tratar de colocar foco en todas y cada una de las relaciones que Durán pudo haber tenido con los más altos funcionarios del actual Gobierno venezolano, incluyendo al presidente Hugo Chávez.
La defensa, representada por el abogado Edward Shohat, intenta mostrar a un hombre que decidió involucrarse en el caso por ayudar a su amigo y tratar de salvar su negocio más preciado: Venoco.
Estas dos perspectivas encontradas reflejan las motivaciones que pudo haber tenido el empresario para actuar en nombre de Antonini. Sin embargo, no parece entrar en la discusión el hecho de que Durán tuviera contactos con el más alto nivel. Nombres como los de Jorge Rodríguez, Henry Rangel Silva, Juan Bracamonte, Rafael Ramírez y Claudio Uberti han sido mencionados con mucha familiaridad. Sobre esto no ha habido objeciones.
A lo largo de estas semanas, la actitud de Durán ha sido bastante pasiva. Ha tenido unos picos, por ejemplo, cuando su ex socio Carlos Kauffman lloró mientras daba su testimonio.
También cuando mencionaron algunas de las cosas que habría dicho en su entrevista con el FBI. Sin embargo, un episodio en el que claramente mostró su preocupación fue cuando la jueza Joan Lenard decidía si aceptaba como evidencia los catorce casos de pagos de sobornos y comisiones que maneja la fiscalía como evidencias para desacreditarlo ante el jurado. Finalmente la jueza sólo aceptó dos de los casos, sin embargo, esto no significa que la moción no pueda ser rescatada, otra vez, más adelante.
¿Cuál es el efecto que han tenido las evidencias, las conversaciones, las transcripciones, las explicaciones que sobre el caso diariamente se dan en la corte 12-1 del edificio Wilkie Ferguson, en Miami? Es muy difícil saberlo. Los medios tienen terminantemente prohibido hablar con el jurado. Las revelaciones que para los venezolanos pueden ser importantes, y hasta determinantes, para la mayoría del jurado podrían no significar mayor cosa. Si acaso, un elemento más en este complicado rompecabezas: la estrategia de Shohat varía según la actitud del testigo. Cuando interrogó a Moisés Maiónica y a Antonini fue feroz e implacable. Con Kauffman fue menos insistente e incisivo. El desparpajo del ex socio de su cliente pareciera haberse ganado al jurado, y ese es un lujo que no se puede permitir.
Ahora comienza el turno de la defensa. Desfilarán por el estrado las personas que puedan dar testimonios que favorezcan a Durán. Hablarán de sus cualidades y de los defectos de los otros. Terminarán de ofrecer el cuadro que complete el panorama de este complicado caso.
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