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Resulta por demás extraño que, cuando se cumplen cuatro años de la muerte del fiscal Danilo Anderson, nadie del alto Gobierno sale a dar la cara por quien fue, en su momento, llorado como un héroe nacional y reverenciado con la Orden del Libertador. En ese acto, los jerarcas del régimen hacían guardia y se empujaban el uno al otro para cumplir su turno: unos con el rostro compungido y otros con un rictus de hielo en los labios, 'robando cámara' alrededor del féretro, para demostrar la unidad de la revolución.
Pero, como lo adelantó una valerosa y comprometidísima película italiana dirigida por Francesco Rosi titulada Cadaveri ecce llenti, entre los asistentes al velatorio estaba, con su cara esculpida por la cirugía, una de las figuras que, tras bastidores, habría votado a favor del violento destino del joven fiscal, a quien desquició la avaricia. Una máquina de contar billetes encontrada en su apartamento indicaba que sus asuntos no sólo tenían alto vuelo sino que se manejaban en dinero contante y sonante.
El joven fiscal Anderson cometió la herejía de faltarle el respeto a un capo de la altísima jerarquía revolucionaria, a un político con kilómetros de carretera en cuestiones de negocios a la sombra del poder tanto de la cuarta como de la quinta República.
La muerte violenta de Anderson estaba escrita, tal como sucede en la película de Francesco Rosi, en la cual cada escena es una etapa programada oficial y oscuramente hacia la muerte, manejada por una mano secreta y siniestra que, desde los gabinetes ministeriales del poder, va guiando el hilo del crimen que debe cometerse como un compromiso del Estado en su conjunto.
Pero la película lo que demuestra no es el crimen, sino el silencio absoluto del poder. Lo que el cineasta italiano Francesco Rosi desenmascara es la red de ocultamiento de los hechos, las ceremonias que se realizan ante el cadáver, las manifestaciones de dolor y congoja que hacen todos sabiendo hipócritamente que el crimen ha sido cometido por uno de los suyos en el poder, y que ni siquiera se ha perpetrado para detener una conspiración, sino para ocultar un delito.
En la medida en que el cortejo de limosinas negras avanza, saltan por doquier las pistas del asesinato cometido desde las alturas del poder, y las policías se dan cuenta de que nada pueden hacer para esclarecer los hechos sino fantasear, darle vueltas al asunto, intoxicar las pruebas del delito y desviar la atención de la opinión pública.
Hace dos días, Jessica Polanco, reportera de El Nacional, hizo una reseña de las declaraciones, en rueda de prensa, de un dirigente político venezolano, en las cuales se demuestra la total falta de respuesta del Gobierno ante las graves interrogantes que el caso Anderson despierta entre la población.
Y es que tampoco la Fiscalía habla, ni la Defensoría, ni el Ministerio del Interior y Justicia ni Miraflores. El silencio es total. ¿Es el silencio de los culpables? ¿Tienen miedo de meter el bisturí en la corrupción del poder?
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