Hace un año, cuando el electorado rechazó por escaso margen el proyecto de reforma constitucional, escribí que para el chavismo la derrota pudiera ser salvadora, si se escuchaban a tiempo las señales que el pueblo envió, y que no sólo estaban relacionadas con el contenido de la propuesta reformista. Decía que el triunfo del NO tenía también sus orígenes, entre otros factores, en el descontento frente a las gestiones de unos cuantos alcaldes y gobernadores, y en la falta de importantes definiciones sobre la propuesta socialista. Hoy el chavismo, más allá de la cantidad de gobernaciones y alcaldías que sean exhibidas como señales de triunfo, ha sufrido una derrota cualitativa que puede ser disimulada pero jamás escondida. Hoy diría que más que salvadora, la pérdida de significativos espacios por parte del chavismo es aleccionadora. Aún es temprano para todos los análisis de rigor, pero no hay manera de explicar, sino como consecuencia de importantes errores, la pérdida de espacios políticos que hoy pasan a manos de la oposición, y la imposibilidad de conquistar el triunfo en plazas como Zulia o Nueva Esparta, las dos únicas gobernaciones en manos de la oposición. Aunque el PSUV, en algunos casos enfrentado a sus aliados y en otros con su apoyo, haya ganado 17 gobernaciones y un elevado número de alcaldías y diputaciones regionales, no es poca cosa perder varias de las gobernaciones en las regiones más pobladas del país, como Miranda, Carabobo y Zulia, y una de importancia estratégica como el Táchira. Igualmente es severo el traspié en la Alcaldía Mayor, una derrota que por cierto lamento por los nexos políticos que durante largos años cultivé con Aristóbulo Istúriz, y por los lazos de amistad que nos unen. Al amigo Aristóbulo le doy mi palabra de aliento y, en nombre de las luchas compartidas, lo invito a una sana reflexión. Otros derrotados han sido algunos candidatos y dirigentes que hicieron una campaña signada por la prepotencia, por la actitud sobrada y perdonavidas, que los llevó a creer que estar bajo el ala protectora del Presidente los hacía inmunes al veredicto popular. Por esa zanja se les fue el triunfo. El propio pueblo chavista ejerció el voto castigo y, como ocurrió en diciembre de 2007, envió otro mensaje, y no a García sino al Presidente Chávez, a los altos funcionarios de su gobierno que no estuvieron a la altura de las necesidades de la gente y que a última hora quisieron subsanar sus fallas a punta de línea blanca. El Presidente sigue con un importante liderazgo, pero también ha salido afectado por la derrota, y tal vez más de la cuenta por haber jugado un rol excesivamente protagónico en la campaña y por haber legitimido a liderazgos y candidaturas divorciadas de las bases del PSUV y del pueblo no militante. También creo que la ausencia de una política hacia las clases medias impactó negativamente. Ese sigue siendo el talón de Aquiles del chavismo. No hay una política comunicacional del gobierno, y menos para tratar de ganar terreno en este sector. Las cadenas presidenciales tienen un impacto inversamente proporcional a su frecuencia, duración y hasta oportunidad, verbigracia, la última, en medio del aguacero que provocó deslizamientos y pérdidas humanas y materiales. Paralelamente se perdió espacio en los sectores populares. Volvió a ocurrir lo que pasó en diciembre de 2007. No sé cuántas erres harán falta para que el PSUV saque las cuentas correctas de lo que ha pasado. Sus aliados, el PPT y el PCV, salieron golpeados, pero no olviden analizar si fue un error o no en lugar de incorporarlos a la campaña, agredirlos y patearlos. Y al Presidente le diría, con sinceridad, que la prioridad no es la R de reelección sino las de reflexión, reeencuentro y rectificación. No es para menos.
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