Ha concluido una nueva jornada electoral, en la que el presidente Chávez participó desde un comienzo, involucrándose activamente en el proceso de selección de candidatos del PSUV, en las inhabilitaciones de los candidatos más emblemáticos de la oposición, en el diseño de la estrategia, y en la propia campaña electoral. Hugo Chávez sustituyó momentáneamente sus frecuentes viajes a La Habana y a Moscú por las menos glamorosas giras al Guárico, Maracaibo, Barinas y Valencia; cambió los ataques en contra de George Bush y del imperio por los insultos y agresiones en contra de Pablo Pérez y Manuel Rosales. En vez de destinar los recursos del Estado al pago de la deuda externa de Argentina, o del asfaltado de las calles de Bolivia, le dio prioridad al financiamiento de las campañas electorales de su hermano Adán, de William Lara y de Diosdado Cabello. Las cadenas de radio y televisión estuvieron destinadas a alentar las candidaturas de Aristóbulo Istúriz, de Jesse Chacón y de sus otros pupilos. En una palabra, la administración, con todos sus recursos, incluyendo instalaciones físicas, vehículos y dinero, se volcó al servicio de los candidatos del PSUV. Ese esfuerzo fue bien recompensado. En términos cuantitativos, el resultado es indiscutible: la gran mayoría de los electos fueron los candidatos del presidente Chávez.
Aunque el rostro dijera otra cosa, en la cadena de radio y televisión del lunes pasado el Presidente de la República se empeñó en demostrar que había ganado, y que la disidencia fue aniquilada. Lo cierto es que, aun en aquellos casos en que perdió, Chávez estuvo al frente de la campaña hasta el último minuto; según su propio relato, a las cuatro de la mañana del lunes llamó a los candidatos del PSUV que habían sido derrotados, les dio la mala noticia y les instruyó para que transmitieran esa información a sus seguidores. Esta era su campaña, y nada podía ser dejado al azar, o a lo que pudieran decidir otros.
En esa larga rueda de prensa del lunes pasado, el presidente Chávez demostró que revisa la prensa y que ve la programación de CNN. Si bien eludió las preguntas de los periodistas, la ocasión sirvió para enseñar que tenemos un Presidente capaz de involucrarse a fondo y de vibrar con una campaña electoral, estando pendiente hasta de los detalles; mostró a un Presidente que se ocupa de los asuntos de otros poderes del Estado, y que públicamente le pide a la Fiscalía que meta preso a Manuel Rosales. Exhibió a un Presidente que está más pendiente del beisbol, y de la ocasión en que 'ponchó' a Fidel Castro, que de garantizar la seguridad de los obreros que cada día regresan a sus casas con el temor de ser asaltados. Nos presentó a un Presidente más preocupado de ver televisión hasta las cuatro de la mañana que de llevar agua potable a los barrios.
Mostró a un Presidente que está pendiente de las operaciones navales con los rusos, ocupado de aquellos detalles que pueden haber pasado desapercibidos para el alto mando militar, y definiendo la estrategia a seguir en esos juegos de guerra.
Esas son sus prioridades.
Si es que cabe, lo felicito, señor Presidente. Pero esa actividad tan frenética, que lo presenta como un gobernante muy distinto a los líderes de otros países, empeñados en resolver los problemas de su gente, deja abierta una interrogante. La pregunta puede resultar pueril; pero, si no es una impertinencia, me gustaría saber cuándo es que usted trabaja señor Presidente.
Cuándo es que usted cumple con su tarea de gobernar, que es para lo que los venezolanos lo eligieron.
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