A yer, a través de su canciller, el Presidente de la República ordenó la expulsión del embajador de Israel. Era, por supuesto, el capítulo final de una violenta escalada verbal desarrollada por el mandatario nacional en el transcurso de estos días, y manifestada públicamente en repetidas cadenas radiales y televisivas. Ahora bien, ¿es esta la actitud agresiva que debe tener un país como el nuestro, que siempre ha pregonado la paz y no la guerra, que ha trabajado durante años para la convivencia y no, precisamente, para los enfrentamientos? Los acontecimientos que ocurren hoy en la Franja de Gaza duelen y conmueven en el fondo de sus corazones a todos los venezolanos. Pero no al punto de cegarse sobre la esencia fundamental de las contradicciones que privan en esa zona del mundo, donde las facciones terroristas de Hamas pregonan la destrucción del Estado de Israel, que Venezuela, a través de su canciller Andrés Eloy Blanco, ayudó a crear en la ONU.
Nadie en su sano juicio es capaz de darle su consentimiento a ese acto tan irracional de destruir un Estado, a su gente y a su vida en general. Pero el gobierno bolivariano sí, porque sigue las instrucciones, al pie de la letra, de los extremistas que mandan en Irán, empeñados fanáticamente en acabar con un pueblo que trata de darse un espacio y un destino en ese lugar del mundo.
Estos argumentos valen, por igual, para el pueblo palestino que, en su mayoría, desea convivir y construir legítimamente un Estado que los identifique y que permita reunirlos para darle consistencia a su propia identidad. En este punto reside, sin duda, la cuestión fundamental: hay que construir y mantener mecanismos institucionales que permitan un diálogo fluido, abierto y múltiple entre todas las partes.
¿Y cuales son todas las partes? ¿Acaso las conocemos y podemos decidir sobre ellas sin conocerlas y mucho menos apreciar auténticamente sus deseos colectivos, sus sueños y sus aspiraciones políticas, económicas y culturales? A menudo se desconoce que en Israel existen dos idiomas oficiales, el hebreo y el árabe, que son utilizados obligatoriamente en el parlamento israelí. Y se olvida que en Palestina los trabajadores cruzan a diario para laborar en suelo israelí, que la colaboración económica entre unos y otros es fluida y que las mercancías caminan sin tregua entre la Palestina real y el Estado de Israel.
¿Qué es entonces lo que produce y alimenta estos enfrentamientos feroces, si existe esa convivencia diaria? Sin duda, el causante de estos males es el fanatismo de lado y lado, que bastante lo hay. Mal actúa el Gobierno de Venezuela al apostar a la violencia de Irán y de Hamas, y apoyar la continuidad de la guerra, cuando lo racional es defender la paz, que no distingue bandos ni enemigos.
El problema es que estamos en manos de un militar obtuso que analiza al país y al mundo en dos parcelas: amigos y enemigos.
Eso es lo que ha hecho, hasta ahora, con Venezuela. Pero nos estamos liberando, poco a poco.
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