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La tolerancia religiosa no es una virtud antigua de los venezolanos, pese a lo que se ha afirmado después de la profanación de la Sinagoga de Maripérez. Ante la estatura de la monstruosidad uno prefiere asegurar que un atentado de esa naturaleza no forma parte de la sensibilidad del país, que se trata de una excepción frente a una regla de apertura en relación con las confesiones de menor arraigo y frente a quienes las profesan. No es así, sin embargo. La posibilidad de aceptar el establecimiento de cultos distintos al predominante, y de recibir sin ojeriza a sus fieles, fue una hazaña de difícil consecución en Venezuela. De allí el peligro oculto en el atentado contra el templo judío: puede resucitar antiguas diferencias, viejas posturas de rechazo cuyo desarraigo costó mucho trabajo y cuyo retorno en una atmósfera de divisiones y violencias alimentada por el Gobierno puede ser inminente.

El pensamiento de la independencia ofrece una clave elocuente sobre el asunto. Ninguno de sus voceros se atrevió a plantear la posibilidad del libre juego de las diferentes creencias, según planteaban las ideas de la Ilustración desde el siglo XVIII. Acudieron a un extranjero, el irlandés William Burke, quien recibió una andanada de insultos cuando se atrevió a hablar de libertad de cultos en el periódico. Sobraron las respuestas airadas, entre ellas la de la Universidad de Caracas, para que se silenciaran las voces que sólo en privado se atrevían a meterse en las zarzas de un problema capaz de generar serias desavenencias. No es detalle trivial el constatar cómo el único tema que concitó el interés de la colectividad y generó repulsas capaces de trascender a los cenáculos de la dirigencia haya girado en torno a la posibilidad de que templos protestantes, sinagogas y mezquitas pudieran levantarse cerca de las veneradas iglesias de la catolicidad. ¿Acaso no señalaban la proximidad del pecado, la pérdida del alma debido a la contigüidad de los emisarios de Satanás, de acuerdo con la enseñanza transmitida por la ortodoxia hispánica durante trescientos años? Era cuestión de borrar una mentalidad establecida desde el período de la conquista, y la mentalidad no se cambia como una camisa enviada a la lavandería.

De allí que la polémica volviera en 1826, cuando un sacerdote reeditó un folleto de Bogotá titulado La serpiente de Moisés, que amenazaba con el infierno y con la guerra a los promotores de la libertad de cultos; y en 1830, cuando se redactaba la Constitución, hasta el punto de que los legisladores no se atrevieron a dar el paso de concretar un designio que cada día provocaba mayores diferencias. Apenas en febrero de 1834 se buscó lo más parecido a una solución, después de controversias que condujeron a la expulsión del arzobispo de Caracas. Se promulgó una ley cuyo contenido no deja de llamar la atención, pues cuenta con un artículo único que agarra con suma prevención los cuernos del toro. Apenas dice: 'No está prohibida en la República de Venezuela la libertad del cultos'. Los diarios de Ker Porter, diplomático inglés de la época y amigo cercano de Páez, describen los escollos que debió sortear para que funcionara un templo anglicano y un cementerio para sus correligionarios. De cómo el destino de los judíos pasaría mayores calvarios da cuenta una vicisitud de 1855, ocurrida en Coro mientras Juan Crisóstomo Falcón ejercía de comandante de Armas. Un piquete de soldados protestó en las calles por la falta de sus pagos y terminaron achacando el problema a los judíos, cuyas propiedades asaltaron con el apoyo entusiasta de las turbas. Fue de tal magnitud el conflicto que Holanda envió dos buques armados para la protección de sus súbditos, pidió la destitución de los funcionarios locales y obligó a la suscripción de un protocolo con el canciller.

Se puede dar cuenta de otros episodios que no caben en el espacio de la columna, pero lo que se ha descrito tal vez sirva para entender el proceso de la tolerancia como una ruta escarpada que apenas ahora parece despejada y sin tropiezos. Que hoy, por ejemplo, veamos al cardenal Urosa manifestar solidaridad con los judíos es el resultado de un proceso producido por denodados esfuerzos del pasado, por un pugilato de naturaleza esencialmente republicana que terminó por dar sus frutos, pero cuyo árbol puede correr otra vez el riesgo del hacha, especialmente cuando el gobierno mueve el acero que puede desgajar el tronco. El mandón ha levantado de nuevo su tribunal del santo oficio, una inquisición aparentemente laica que, así como la emprende contra sus rivales para acusarlos del pecado de la antipatria, puede resucitar una historia de herejes, heterodoxos y marranos que nos devuelve al siglo XIX, o hacia más atrás, para llenarnos de vergüenza y aflicción.
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Fecha publicada: 07/02/2009
Fuente: El Universal
Tema: politica
Tags: Judios en Venezuela


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