Hay países para los cuales tener una elección libre es una utopía y existen quienes luchan hasta en la cárcel o desafían a la muerte por lograrlo.
Hemos visto a los mexicanos luchar por su derecho a votar en el extranjero y a los salvadoreños volver a las urnas tras una cruenta guerra.
Hemos escuchado en las clases de civismo que votar es un derecho humano y ciudadano.
Y en cambio, vemos tristemente, en la actualidad venezolana, como personas se niegan a cumplir con tal derecho y deber, sin plantearse el dilema de votar o no votar.
El deber de elegir lo mejor para el país; el derecho de expresarse; en dónde crecen sus hijos; en dónde se desenvuelve su vida e indagar quién es la persona más indicada y capaz de garantizar sus necesidades y derechos básicos.
Con mi voto, elijo a quien debo pagar para que me represente, hacia dentro de la nación y hacia fuera. Cuando voto pongo en juego, con una simple cruz, mi existencia política.
Voto, luego, existo. Esa decisión marcada en un simple papel, es también el resultado de mi propia biografía. Pues, en virtud de lo que he aprendido a través de mi vida, decido esto o aquello.
El voto es vital para la fortificación de la democracia, la democracia vive de la participación y se alimenta de ella, de lo contrario la tiranía y el poder se concentran en una sola persona.
En la democracia hay menos absurdos que temer porque es prácticamente imposible que la mayoría en una asamblea esté de acuerdo con lo absurdo. Entonces, yo me pregunto si realmente debemos ir a votar ¿o habrá alguna forma mejor de alcanzar el desarrollo de un país?
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