Con apenas tres meses de intervalo, los venezolanos vuelven a encontrarse en las urnas electorales. El voto se ha hecho rutina. A fuerza de casi una jornada electoral al año, 12 comicios nacionales en la última década, los venezolanos adaptan su cotidianidad para no dejar de cumplir con la obligación, el derecho y el deber.
Los planes en pausa. Giorgia Flores tiene dos hijos, uno de 10 años de edad y otro de 16, a los que la alteración del cronograma escolar los deja 'a la buena de Dios'. 'Trabajo y no tengo dónde dejar a mis hijos mientras no tienen clases. Por eso se quedan encerrados en la casa y ven televisión'.
La rutina electoral pasa por tener que explicarle al más pequeño por qué no pueden ir al cine ese domingo. 'Prefiero quedarme en casa, y tratar de convertir el día en un domingo familiar casero con los abuelos'. Flores recuerda que en su juventud los comicios eran vistos como una celebración. 'Antes venían los amigos a la casa, pero ahora es una cosa de tensión porque cada vez decidimos cuestiones que nos comprometen más'.
Reconoce que es presa de los rumores comunes en estas fechas; pero para esta ocasión no ha hecho compras de más.
La importancia de la consulta comicial la hizo posponer una cita con el odontólogo, ante el temor de que pudiera estar indispuesta para votar hoy. El día lo pasará en casa, frente al televisor; en la tarde, sus padres, como siempre, se acercarán a su centro electoral para presenciar los escrutinios.
El más pequeño de los hijos de Flores dice que la fecha es divertida porque tiene tiempo libre, por eso acompaña a su mamá al centro de votación en La Florida. La hija mayor, una adolescente, se queda durmiendo en casa porque le aburren estas jornadas. A Flores le preocupa que con cada suspensión de clases se aflojan los músculos del estudio de sus hijos. 'Es que ellos lo ven como Carnaval o Semana Santa'.
El viejo solo en casa. Gloria Burgos se mantiene activa en cada proceso electoral.
A la persona que la ayuda en el hogar en la semana le pide que pase el fin de semana en su casa, para que atienda a su tío, que sufre de Alzheimer. 'A mí no me afecta el tema de las clases perdidas con los muchachos, pero tengo un hijo de 80 años de edad que cuidar'.
Sale de su casa, en Concresa, a las 4:00 am, para llegar a pie hasta su mesa de votación en el colegio Emil Friedman. De ahí no para hasta el conteo de votos. Su trinchera son tres centros localizados en Santa Cruz del Este, en los que se encarga de llevar comida y café a los miembros de mesa, para que aguanten la jornada, que esta vez será más larga. Participa de esta forma desde hace cinco años. 'Uno abre los ojos y se da cuenta de que puede hacer algo por el país'.
Zapping a los rumores. Sufragan en distintos centros.
Por eso, Daniela González sale temprano al colegio donde vota, mientras los niños se quedan en casa con su padre, Pedro Blanco. Luego, cuando ella regresa, sale él. Esa es la metodología familiar para los domingos electorales. 'Generalmente, él se tarda más; entonces, el almuerzo queda todo trastocado'.
Lo que más complica la rutina de los Blanco con cada elección es que se suspendan las clases. 'Yo puedo llevármelos al trabajo, pero suelen atiborrarlos de tanta tarea que los niños no se dan abasto'.
Los días de las elecciones el celular suele desbordarse de mensajes que anticipan resultados o conflictos. 'Antes, las elecciones eran más seguras, las tendencias eran claras. En los comicios de ahora, a veces, los resultados son inesperados.
Eso es terrible. Por eso preferimos poner la televisión por cable y enterarnos de quién ganó al día siguiente'.
Sopa o parrilla. La familia de Oswaldo Carvo, que vive en el barrio Píritu de Petare, decidiría ayer si para hoy prepararían una sopa o una parrilla. Con una nueva elección en menos de tres meses, dice: 'Bueno, hay que ir a votar otra vez, no hay para dónde coger'.
Carvo es de los que sale a ejercer su derecho temprano, 'para salir de eso'. Acude con su esposa, que en las dos últimas jornadas ha sido seleccionada para ser miembro de mesa. Él pasa el día en la casa, pendiente de su esposa y de los amigos que no han votado, a quienes llama para recordarles su deber.
Escrutinios en el autobús. Para Isabel Picón, el voto comienza en un terminal de autobuses.
Hace nueve años que vive en Caracas y debe viajar con cada elección a Mérida, donde está inscrita en el Registro Electoral. Sufragar es una oportunidad para ver a su familia, por eso dice que el proceso vale la pena.
En esta ocasión no consiguió pasaje para viajar desde el viernes, así que llegará hoy directo del terminal al centro de votación, después de 16 horas de viaje. No se ha cambiado a Caracas porque teme que con el trámite pueda ocurrir un error y quedarse sin votar. Como debe incorporarse a trabajar mañana, vuelve a tomar hoy la carretera, después de haber almorzado con su familia y pasado la tarde en casa.
En el autobús permanece aislada de lo que está sucediendo con los comicios. Las empresas de transporte no cambian la película por noticias. Por eso lleva un MP4 con radio y, cuando entra la señal, al llegar a una ciudad, se entera de lo que ocurre. 'En noviembre me tocó viajar con un señor que, afortunadamente, era de mi tendencia política y llevaba un televisor pequeño. No dormimos nada, pero pudimos enterarnos de quiénes ganaron en cada estado'.
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