Venezuela se debate entre dos tendencias contradictorias, ambas incesantes en su afán de imponer conductas y valores alternativos. El oficialismo exhibe desapego a la institucionalidad y Estado de Derecho, tal y como observamos en el proceso que condujo a la enmienda hoy aprobada, desde su formación, tramitación y sometimiento al escrutinio popular. La argucia expresada en un planteamiento en apariencia inofensivo, hizo mella en un electorado ayuno de conciencia jurídica, igualmente cautivo de ofertas no enteramente cumplidas, de miedos y amenazas desdobladas en vicios de ilegalidad, excesos y ventajismos.
Contrasta esta actitud con la de una oposición que con todas sus faltas y errores, sigue avanzando por los únicos caminos de la democracia. La inexistencia de recursos jurídicos y sobre todo la inviabilidad democrática de las instituciones controladas por la tendencia dominante, no dejó mejor alternativa que participar en franca desventaja, asumiendo el impacto de asimetrías nacidas del adulterio y abuso de poder. Y vaya que sí tuvo dignidad la oposición, al enfrentarse a semejante atropello y obtener un importantísimo caudal de votos convertido desde ya en promesa de mejores resultados en futuras contiendas.
Conviene otra vez recordar la sugerencia del Gabo de dar valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan. La conquista opositora -más de cinco millones de votos libres, sin presiones ni tarifas acordadas- vuelve a ser cualitativamente demoledora para un oficialismo que, aún triunfante, sigue perdiendo terreno en el juego electoral y se descubre como parcialidad odiosamente aventajada, incapaz de reunir las masas de manera espontánea en actos proselitistas y que ya no logra imponerse en buena lid sobre sus adversarios.
Por ahora seguiremos en esta sátira interminable, esperando llegar al hombre y tratar sus diferencias en un mundo cada vez más convulsionado y acechado por la intolerancia. El problema podría estar en esa tozuda aspiración de construir nuevos modelos a partir de antimodelos (el puntofijismo finisecular o el cubano de Fidel Castro), una pretensión que al parecer sofoca ambas fracciones que hoy conforman la sociedad venezolana.
La nueva generación de estudiantes, tan exuberante como prometedora, aquella que viene aprendiendo en la adversidad de los últimos tiempos, bien podría encontrar una contundente respuesta en los próximos cuatro años. Esa es nuestra mejor esperanza. REGRESAR |