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El problema del tráfico es quizás uno de los males sociales de mayor envergadura que estamos enfrentando en la actualidad. Curiosamente el problema, hasta ahora, es analizado como un fenómeno de planificación urbana y sus consecuencias no han sido vistas en su verdadera dimensión, que no es otra que su impacto sobre el nivel de bienestar de los sectores más pobres. En Caracas, por ejemplo, los ciudadanos de menores ingresos están consumiendo cerca de tres horas en promedio dentro del tráfico en las calles de la ciudad. El impacto que este uso del tiempo tiene sobre sus vidas es verdaderamente escalofriante.
El valor del tiempo para estos ciudadanos es mucho más alto que lo que tiene para los individuos de mayores ingresos. Cada hora que pasan en el tráfico representa un mayor costo que lo que representa para la mayoría de nosotros, pues implica una caída del ingreso que no puede ser compensada por el uso de un celular o un blackberry. Este es un tiempo que en términos relativos implica una mayor caída de sus ingresos y su impacto es de grandes proporciones. La única forma que estos héroes locales encuentran para compensar esta realidad, es saliendo más temprano de sus hogares, pero igual comienzan sus labores a la misma hora y terminan en el tiempo estipulado. El tráfico de regreso los obliga a llegar tarde a sus hogares independientemente de la hora a la que salieron del trabajo, erosionando aún más la calidad de vida de sus hogares.
Las consecuencias sociales sobre las familias son devastadoras, sobre todo tomando en cuenta que los hogares de cuidado diario han sido desmantelados. Las mujeres venezolanas no saben con quién dejar a sus hijos y si lo pudiesen hacer no saben a ciencia cierta a qué hora los pueden recoger pues el tráfico les genera incertidumbre. La decisión que muchas de estas mujeres están tomando es probablemente retirarse del mercado laboral. De hecho, el INE refleja algunas estadísticas que confirman esta tendencia.
Otra consecuencia directa de esta realidad es que los gastos del hogar son cada vez más dependientes de los ingresos del padre, que son por lo general menos confiables. Peor aún, las mujeres que no tienen opción están atrapadas en un círculo vicioso: dejan a sus hijos al cuidado de diferentes familias, cuando pueden, sacrificando la calidad del contacto con sus niños, y aumentando el riesgo de que sus niños sean abusados psicológicamente o puedan ser víctimas del crimen organizado.
El tráfico es por lo tanto un flagelo social. Seguir subsidiando la gasolina a estos niveles, dejar de invertir en el transporte público y no querer regular el uso de las vías por parte de los vehículos privados, es una manera de condenar a los más pobres a una situación que es en extremo muy delicada. La multiplicación de las motos y de las moto-taxis es un intento de algunas personas de adaptarse a esta realidad, pero este fenómeno ha incrementado la inseguridad y también los accidentes viales. El uso masivo de las motos es un mecanismo de adaptación disfuncional con costos sociales muy altos que debe ser regulado inmediatamente.
Las ciudades necesitan enfrentar esta situación con creatividad y con mucho compromiso. Las medidas son muy variadas y no están vinculadas exclusivamente a la idea de ampliar vías y multiplicar el transporte público; sin duda ambas medidas son necesarias e importantes, pero deben ser acompañadas por otras que no son necesariamente de carácter urbano. La primera de ellas es rescatar los hogares de cuidado diario y ampliar sus horarios para compensar la incertidumbre que genera el tráfico sobre la posibilidad de recoger a los niños. Incluso, la idea de combinar hogares de cuidado diario con centros tecnológicos en los barrios, apalancados con modelos de educación a distancia, pueden ser una innovación desconocida en América Latina.
En Caracas, podríamos ser pioneros en este tipo de política social.
Además de ello, debemos flexibilizar los horarios de trabajo. En vez de reducir la jornada a seis horas -que implica una pérdida de productividad para el país- debemos proponernos la idea de jornadas laborales más flexibles, que le permitan a los pobres mayor planificación individual. Finalmente, es imperativo aumentar los precios de la gasolina, quizás a través de un impuesto que puede ir directamente a las alcaldías y al gobierno central, quienes a su vez podrían invertir en infraestructura vial.
Los otros temas son urbanos y debemos despolitizarlos. Introducir regulaciones (o hacerlas cumplir en caso que existan) para minimizar el tránsito de vehículos privados, como lo es el pico y placa, prohibir dos pasajeros en una moto para disminuir el crimen y restringir su paso por las autopistas. También hay que multiplicar los teleféricos populares, como el de San Agustín, al resto de la ciudad -independientemente de la afiliación política de los alcaldes- y ampliar las vías exclusivas este-oeste y norte-sur con un sistema metropolitano de Buscaracas. Los pobres lo reclaman. De hecho, el día que los ricos, y no sólo los pobres, utilicen el sistema de transporte público en este país, habremos creado una verdadera revolución para todos los venezolanos.
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