La frivolidad, por no decir la incredulidad, es la norma a la hora de juzgar las continuas denuncias del Presidente sobre los atentados contra su vida. La insistencia ha sido tanta que la gente se toma a chacota las acusaciones permanentes, en cadena nacional, según las cuales se estarían fraguando todo tipo de intentonas, tanto adentro como fuera del país, por parte de los más disimiles actores, en los lugares más exóticos, así como su advertencia de cómo arderá no el país, sino el continente entero ("no quedaría piedra sobre piedra en La Lagunita", donde viven unos cuantos chavistas acaudalados) "si me llegaran a matar".
No se trata, entonces, de un show para desviar la atención, ni, únicamente, de una obsesión mortal que le quite el sueño o de simples falsas alarmas. Yo sí creo, y en este caso me atengo sólo a su palabra, que se le quiere eliminar, porque no sólo ha desatado grandes amores entre sus partidarios, sino odios irreconciliables entre quienes le adversan y junto con eso una facultad enervante para crear en sus opositores una sensación de que su mandato será eterno.
Y de allí a la frustración, que es impotencia, la distancia se mide en grados de aversión patológica. Quizás si no se cerraran medios de comunicación, si se renunciara a presidencia vitalicia, se respetara a la Fuerza Armada, se dejara en paz a los sindicatos, se permitiera que la gente eduque a sus hijos según sus creencias; si no se aplastara al opositor político con el uso abusivo y doloso de los recursos del Estado; si no se sacrificara logros de participación con el único objeto de concentrar mayor poder; si se respetara el equilibrio de poderes; si no se procurara la desaparición de la iniciativa privadas en la economía y en otros ámbitos; si se tratara de impedir la muerte de un venezolano cada media hora en hechos de violencia y no se nos quisiera imponer un régimen interminable, excluyente y personalista, quizás, entonces, no estaríamos preocupados por la suerte del Presidente.
El debe saber cómo, en la medida en que se liquide los canales democráticos y se le coloque una camisa de fuerza a las sociedad y a las instituciones, crecerán, no sólo la opción indeseable del magnicidio, sino todo tipo de métodos reñidos con las formas civilizadas de lucha por el poder.
Chávez logró reducir las formas democráticas a su mínima expresión entre los suyos, pero ha ido mucho más allá y lo está consiguiendo, también, en la oposición. A estas alturas quienes creen en la paz y en la democracia son una minoría creciente. Sólo que, a veces, los logros políticos se revierten. Y éste parece ser el caso del Presidente que se siente amenazado. REGRESAR |
