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El Gobierno estuvo a punto de sorprenderme. Realmente no me imaginaba a los funcionarios, y menos aún al propio Presidente, dándonos nada más que media centena de medidas concretas para atender los problemas que tenemos. Cuando anunciaron que iban a dar a conocer acciones específicas, casi me sentí frente a un gobierno, esos que toman medidas y piden apoyos para que todos los sectores del país jueguen cuadro adentro.
¡Que no pase la bola! Gritaría el manager presidente, en un esfuerzo conjunto para que no entren carreras e impedir que la inflación y la recesión ganaran el juego. Tan creí que iban en serio, que hasta amenace comentarles las medidas sociales a mis desocupados lectores de los jueves.
Pues no. No hay medidas nada.
Ni económicas, ni sociales. Con un infantil 'lero, lero, se lo creyeron', nuestro gobierno sigue siendo el de siempre. Se cuida de parecerse en las formas a sus criticados del pasado, aunque en el fondo haga cosas similares. Amaga, olfatea y retrocede. Prioriza lo político, la popularidad, lo electoral por sobre todas las cosas. Se nutre de sus creencias, viejas o nuevas no importa. Cuando lo acecha la culpa recurre al panfleto de que el consumismo es el origen de todos los males y critica al pueblo por su desviación capitalista de querer progresar.
Mientras tanto sigue aferrado al clavo ardiendo del aumento de los precios del petróleo, pasando la arruga con el conocido expediente de quemar reservas, capacidad de endeudamiento, ventas a futuro y fondos de desarrollo. Todo ello para pagar las facturas de un país importador hasta los tuétanos.
Independientemente de lo que crea o calcule el Gobierno, basta ver los indicadores sociales y económicos, preguntarle a la gente o darse una paseadita por los sectores populares, para caer en cuenta de que son muchos los déficit que tenemos y éstos no se van a resolver con un nuevo empujón de precios petroleros. Ni que llegue a doscientos dólares el barril se podrá resolver nuestros problemas si seguimos obrando de la misma manera.
Los últimos cinco años de precios altos (2004-2008) sirvieron para que los venezolanos renovaran sus activos, como tenían veinticinco sin hacerlo. Una vez consumida la renta del petróleo y no habiendo creado condiciones para la inversión no petrolera, o para diversificar las exportaciones, estamos parados con las mismas, o con menos, de las capacidades productivas que teníamos en 1999. Menos empresas, igual nivel de escolaridad, más inseguridad, menos atención médica, peor servicio de electricidad, agua y recolección de basura, sistema financiero más reducido y un gobierno muy confundido, nos ancla en los problemas.
Es por ello que los cientos de miles de desertores de la educación media necesitan un plan.
Los desempleados y los empleados en actividades poco remunerativas también lo necesitan. Los desescolarizados en aumento requieren de medidas. Las más de 80.000 familias que se forman todos los años y no tienen acceso a una vivienda desearían un plan.
Los hogares enlutados y atemorizados por la inseguridad dependen de un plan. La creciente población de la tercera edad empeorará su calidad de vida si no tiene un plan.
Venezuela necesita un plan que trascienda la coyuntura de desempleo, inflación y recesión. Que vaya más allá de la salida cepalina de la sustitución de importaciones y que incorpore los nuevos retos de sostenibilidad, sustentabilidad y equidad, pero con acciones concretas y medidas específicas.
Nada de lo anterior anunció el Gobierno. Se mofó de quienes le creímos que alguna vez podía ser serio y presentar un verdadero plan. REGRESAR |
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