Te preguntas si somos pobres. Comparas el carro de tu familia con los de los padres de tus amigos, los muebles, el tamaño de la casa. Pareces angustiado por saber cuál es tu estatus. No, no somos pobres. Tampoco somos ricos de cuna, ni tampoco nos apellidamos Fernández Barruecos. Nos arreglamos como podemos, unas quincenas mejor que otras.
Como la mayoría, aspiramos a una mejor situación económica y trabajamos mucho, honestamente, para eso. Pero pertenecer a una clase media (ya sea la clase media-pobre, media-media, o media-alta) parece ser un privilegio en una sociedad donde más de la mitad de la población vive en situación de pobreza. Ahora bien, no interpretes esto mal, porque no es un motivo para envanecerse, ni para sentirse culpable.
Paradójicamente, la nuestra es una sociedad punzada por una enorme presión de ascenso en el estatus admiramos y perseguimos los signos de riqueza y es excepcional el buhonero, el empleado de banco, el comerciante, el pescador o el licenciado que no aspire a tener una Hummer, pero a la vez, pretendemos ser igualitarios, estigmatizamos el éxito y sospechamos muchas veces sin razón de todos los adinerados.
No voy a ser tan hipócrita como para decirte que el dinero no es importante. Tu padre todavía no ha alcanzado el nivel espiritual suficiente para renunciar a los bienes materiales, aún le gusta disfrutar de algunas comodidades y de las ventajas de un seguro privado. Recientemente, se ha puesto de moda enorgullecerse de tener un origen humilde y ascender por esfuerzo (aunque esto incluya un gran golpe de suerte o un buen amigo en el gobierno), pero también deberíamos sospechar del que hace alarde de su pobreza. Una verdad como un templo es que la aspiración primaria de todo joven de barrio que conozco es salir del barrio algún día, y vivo.
Es una cuestión de modo. De cómo haces las cosas y cuáles son tus metas. Cifrar tus objetivos en el dinero es válido, pero en mi opinión, una pérdida de tiempo y un error. Una pérdida de tiempo porque la vida es corta y tiene muchas otras cosas más ricas que la plata. Además, al contrario de lo que pensaban los faraones egipcios que se hacían enterrar fastuosamente con sus esclavos y cofres llenos de joyas, no nos llevaremos riquezas ni los zapatos Nike, ni el blackberry con la muerte, o si lo prefieres, en el paso a la otra vida.
Intuyo que las estadísticas de muertes violentas de los fines de semana tienen mucho que ver con la tendencia de algunos a confundir la necesidad del dinero para algunas cosas de la vida, con el objetivo de la vida misma.
¿Que quién es Fernández Barruecos? Se llama Ricardo y ahora está en las noticias, no en la página roja, sino en la de Economía, aunque esté en un calabozo de la Disip. Un hombre de industria, probablemente industrioso, un empresario que se hizo banquero. Alguien que en menos de una década saltó con vara olímpica de la escala de la clase media a la de la alta sociedad.
Hoy representa una nueva clase social, económicamente dominante, formada a la sombra del poder político socialista...
Pero a los efectos de esta correspondencia entre tú y yo, Ricardo Fernández Barruecos es lo mismo que cualquier joven que pierde la oportunidad de invertir su talento en hacer bien a los demás, un impaciente que confunde el dinero con la vida y que, en su salto mortal por el estatus social, pierde primero sus principios y después la felicidad.
Estatus social // ROGER SANTODOMINGO REGRESAR |