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Nacionalizaciones y privatizaciones se presentan en diferentes economías cada cierto tiempo, como una suerte de péndulo que trata de responder a las ineficiencias tanto de la gestión privada como de la estatal, aunque pueden hacerse por otras razones referidas al balance de poder. La Cantv fue fundada como empresa privada en 1930, fue estatizada en 1950, fue privatizada en 1991, y ahora en el 2007 está siendo re-estatizada.
Más allá de la controversia sobre la conveniencia de esta nueva estatización de la empresa telefónica sobre la cual tenemos serias dudas, dado que es una decisión ya tomada, valdría la pena que se tuvieran presentes algunas de las advertencias que sobre estos procesos hacía el economista John Galbraith, que glosamos a continuación, hasta donde nos permite este breve espacio.
Galbraith justificaba la nacionalización de actividades de servicio público cuando estén deficientemente aseguradas por el sector privado, pero igualmente insistía en que había que asegurar conciliar el interés del Estado y la colectividad con la buena marcha de las empresas estatales.
“El problema del socialismo moderno no son los buenos sentimientos, sino dar resultados... El ideal de las relaciones entre el Estado y la empresa es, para aquél, formular directivas precisas y dejar a la empresa el máximo de libertad para hacerlas realidad”.
“Yo he sugerido que la empresa nacionalizada debería tener no un consejo de administración sino un organismo de tutela elegido por el gobierno y compuesto por hombres o mujeres íntegros y altamente calificados, pues el problema es de información y entendimiento recíprocos. Sin inmiscuirse en la gestión de la empresa...
en el interior de este marco, los gerentes tendrían una autonomía de decisión para conseguir márgenes de beneficios y una tasa de crecimiento satisfactorios. No hay otro test para medir con objetividad la eficacia de una empresa y mantener su competitividad...
La empresa, sea pública o privada, debe obedecer a los mismos objetivos de rentabilidad y de crecimiento.
Tanto una como otra han de gozar de libertad de movimientos para poder sobrevivir y desarrollarse”.
“Ninguna empresa debería sacrificar su rentabilidad para salvaguardar el nivel de empleo. Esta es una tentación fatal a la que se sienten atraídos todos los gobiernos socialistas. Esto equivaldría a malgastar mano de obra, equipo y talentos de gestión para producir artículos sin salidas. Sin contar el efecto desmoralizador sobre la marcha de la empresa. No hay que olvidar tampoco que el déficit de las empresas nacionalizadas ha de asumirlo el presupuesto del Estado, es decir, los contribuyentes”.
Sostenía Galbraith que las empresas públicas y privadas deben gestionarse también en función del beneficio y por una tecnoestructura autónoma. Por supuesto, agregaba, si la empresa pública es rentable, sus ganancias no reinvertidas se trasladarán a las arcas del Estado para atender otras necesidades. Precisamente por eso, decía, “esta es una razón suplementaria para aspirar a la rentabilidad de las empresas nacionalizadas”.
El que tenga oídos para oír, que oiga.
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