Teodoro Petkoff afirmó en su editorial de este miércoles que 'las cifras electorales van a obligar al Minoritario a actuar como un estadista que llaman y no como lo que es'.
Esto es lo que escribe hoy Teodoro Petkoff en Tal Cual:
Genio y figura hasta la sepultura, dice el refrán que me viene a la mente sometido a la tortura de la cadena postelectoral de Chacumbele. El mismo guapetón de barrio, las mismas triquiñuelas verbales para ocultar lo obvio, las amenazas, los insultos personales, las alocadas promesas, las órdenes a los otros poderes, las imprudencias diplomáticas.
Esas agotadoras letanías que nos aplastan el ánimo desde hace más de diez años y que, en este caso, deben defraudar a todos los que imaginan que las cifras electorales van a obligar al Minoritario a actuar como un estadista que llaman y no como lo que es.
Por supuesto que era de esperar, cuántas veces no hemos pasado por esos trances de arrepentimiento, hasta con lágrimas y cristos en la mano, que luego terminan en una multiplicación de su destemplanza y su iracundia.
Aun en esta oportunidad, cuando desde diversos lugares, adentro y afuera del país, se lo sugieren.
Hasta el mismo Kirchner, tan amante del bolívar venezolano. Lo único divertido de la última cadena ¡cuántas no ha habido¡ es la manera de revestir de humor la terrible frustración que lo corroe, sobre todo el haberse cogido para sí una elección que terminó en desastre. Seguramente como producto de los consejos de Izarra, para reír cuando se quiere llorar.
Pero si no cabe esperar mucho del Minoritario quizás no sería tan inútil sugerirle a esa mayoría de nuevos diputados rojos (a los nuevos porque los que tienen un largo adiestramiento deben estar muy maleados) que al menos como representantes del pueblo tienen una vida por hacer, parten de cero, ya saben que el rey anda en ropa interior y que hay un pueblo que aprendió a hacerse oír, que opten ante la oportunidad de actuar sobre el destino de la nación, por mantener su dignidad y libertad de conciencia y cumplan con los intereses de los muchos y la racionalidad pura y simple. Es el mejor negocio, moral claro.
Pero, además, hay otros diálogos posibles. El de los ciudadanos entre ellos. Los que sufren en su barrio el mismo horror y la misma devastación que traen las lluvias inclementes y a los que se les niega por igual el socorro mínimo. O los profesores y estudiantes que ven destruir sus universidades por un sicario sin cultura. O los que esperan y esperan viviendas imposibles. O los que lloran al hijo o al hermano al que le dieron el balazo sin que valga la pena ni siquiera clamar por justicia.
Da la impresión de que esos asuntos no tienen color en su inmediatez, que es un sufrimiento unánime, y que sindicatos, gremios, asociaciones, vecinos, deberían enfrentarlos unidos.
No son primariamente cuestiones de ideologías y de discursos, tienen más que ver con la carne y los huesos, con el instinto por la vida y por la vida buena. REGRESAR |