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'A partir de los catorce años empecé a tener problemas.
Comencé a hablar con un chamo, a tener malas juntas. Y a raíz de eso dejé los estudios.
Me empecé a meter en problemas y a darle tiros a la gente: paj, paj'.
El relato de Héctor Blanco, incluido en la investigación sobre el delincuente venezolano violento de origen popular titulada Y salimos a matar gente (Alejandro Moreno, Ediciones del Vicerrectorado Académico de la Universidad del Zulia, 2007) constituye una pista a efectos de caracterizar y comprender a los que violan las más elementales normas de convivencia y pueden llegar al extremo de menospreciar la vida, incluso su propia vida.
A pesar de la inexistencia de estadísticas oficiales confiables, los investigadores de la criminalidad en Venezuela han avanzado en la construcción de lo que se podría llamar el perfil del delincuente venezolano. Sobresalen los aportes del Centro de Investigaciones Populares, conducido por el sacerdote Alejandro Moreno, y del Observatorio Venezolano de Violencia, con el sociólogo Roberto Briceño León a la cabeza.
Moreno comienza por distinguir dos tipos de delincuentes: el estructural y el circunstancial. El primero es el que se inicia en el delito desde niño y la delincuencia se convierte en su única forma de sobrevivir. El segundo es el que llega a delinquir por uno o varios episodios de crisis personal, familiar o social.
Germen casero. 'En general comenta el sacerdote son muchachos que provienen de una familia centrada en la figura materna, con la cual entran en conflicto. Muchachos decimos, porque en la mayoría de los casos mueren antes de los 25 años de edad en algún incidente de la violencia en que están inmersos'.
En cuanto a la edad del delincuente venezolano, Briceño León agrega que oscila entre 15 años y 25 años de edad. 'Sin embargo, hemos comenzado a detectar una significativa recurrencia de casos en los cuales el victimario tiene 14, 13 y hasta 12 años de edad', advierte el director del Observatorio Venezolano de la Violencia, que en marzo próximo presentará su informe correspondiente a la evaluación y análisis del auge delictivo en 2010.
Moreno y Briceño León también coinciden en la verificación de las tendencias que permiten perfilar a los transgresores de la ley: 80% de los delincuentes provienen de las zonas pobres del país, 90% son hombres que desertaron o fueron expulsados del sistema escolar y no se incorporaron al mercado de trabajo. Tienen dificultad o son incapaces de establecer relaciones personales estables. Y lo más preocupante, llama la atención Briceño León, es el 95% de impunidad que funciona como tentación a correr los riesgos de delinquir.
Moreno agrega que la experiencia carcelaria tiene efectos contrarios, según se trate de delincuentes estructurales o circunstanciales. En el primer caso, sólo contribuye al envilecimiento de la persona, a lo que se ha llamado profesionalización en el delito. En el segundo, puede tener un efecto disuasivo que abona las posibilidades de reinserción social. La figura femenina, en el rol de pareja, también contribuye a salir del mundo de la delincuencia, explica el sacerdote.
La actitud del delincuente venezolano es lo más perturbador, coinciden ambos investigadores: son muy violentos, atrevidos y audaces. Requieren de la constante reafirmación pública de su poder, el cual calibran en número de fechorías cometidas y víctimas sometidas. La mayoría es conciente de que vive en constante riesgo de muerte, por lo cual le resta valor a todo y es capaz de hacer daño por los más insignificantes motivos.
Las páginas rojas de los diarios lo confirman: se mata por un par de zapatos o un teléfono celular. REGRESAR |
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