No tengo cuenta en Facebook porque no quiero registrarme, cargar fotos ni encontrarme con gente a la que, voluntariamente, deje de tratar hace años, pero mis amigas sí tienen y dos de ellas me enviaron e-mails durante semanas invitándome a unirme. Cuando les pregunte por qué insistían tanto, me dijeron lo mismo: ellas no me habían enviado esos correos, de hecho, ni siquiera sabían que la empresa los había enviado en su nombre.
Así probé personalmente la nueva teoría conspirativa sobre Facebook, la red social más popular de Internet desde su nacimiento en 2004, cuando Mark Zuckerberg, estudiante de Harvard, decidió subir sus fotos para que pudieran verlas sus compañeros de universidad.
Después de mostrarles los e-mails que recibí a su nombre, mis amigas finalmente me dejan ver sus cuentas mientras me explican las facilidades que brinda el sitio para encontrar gente y enviarle un mensaje pidiendo simplemente 'quiero agregarte a mi lista de amigos'.
Les pregunto con cuántos de sus nuevos amigos hablaron y la respuesta es similar: cinco o seis personas del centenar que ambas tienen registradas; la mayoría de los nombres que aparecen, me explican, son de adolescentes que compiten para ver quién tienen más contactos, enviándole mensajes a cualquiera que cree una cuenta sin importarle quién es, dónde vive o qué hace.
Facebook es el lugar donde los adolescentes interactúan entre sí, construyendo lenguajes y códigos comunes que excluyen a los adultos que no pueden adaptarse tan rápidamente como ellos a las nuevas tecnologías.
Mis amigas se ríen cuando les comento esto y dicen que, a pesar de tener treinta años, 'pienso como un viejo', pero cuando les cuento las últimas novedades sobre Facebook me prestan un poco más de atención porque ellas, como tantos otros usuarios, aceptaron las condiciones para registrarse sin leerlas y, según el diario ingles The Guardian, toda la información que los usuarios han cargado en Facebook desde su registro los amigos que tienen, las búsquedas que hicieron, las paginas que visitaron, las cosas que compraron son usadas por los dueños del sitio para hacer una completa radiografía de sus comportamientos y gustos.
Mis amigas me repiten que ellas 'no hicieron nada raro', pero eso no importa, porque, más allá de lo que hicieran o no, Facebook sigue siendo el sitio ideal para conseguir información clasificada sobre mucha gente.
Buena parte de los 500 millones de usuarios del sitio entregó información sin darse cuenta de la completa radiografía a la que estaban siendo sometidos y sólo después del escándalo de la denuncia de la BBC, Facebook aceptó poner una advertencia aclarando que al interactuar con las aplicaciones uno estaba cediendo información.
¿TANTA INFORMACIÓN PARA QUÉ? Es difícil decir, sin conocer el código del programa y sus usos reales, cuánto hay de verdad y cuánto de simple paranoia conspirativa alrededor del tema, porque, como explicó Ricardo Piglia, en la actualidad 'el destino es vivido bajo la forma de un complot. Ya no son los dioses los que deciden la suerte, son fuerzas oscuras las que construyen maquinaciones que definen el funcionamiento secreto de lo real. Los oráculos han cambiado de lugar, es la trama múltiple de la información, las versiones y contraversiones de la vida pública, el lugar visible y denso donde el sujeto lee cotidianamente la cifra de un destino que no alcanza a comprender'.
La presencia como accionistas, de Peter Andreas Thiel, un millonario republicano de tendencias reaccionarias, y Howard Cox, miembro de la CIA, cuya tarea es 'identificar socios y empresas que desarrollen tecnologías de vanguardia para ayudar a generar soluciones a la CIA y a la comunidad de inteligencia', hace creíble la idea de que Facebook es parte de un poderoso e influyente aunque pequeño grupo formado por agencias de inteligencia y millonarios derechistas para conseguir información clasificada sobre un inmenso grupo de personas, sin que estas se den cuenta.
Esta teoría conspirativa me recuerda a Philip K. Dick, un experto en mundos en desintegración. En Los tres estigmas de Palmer Eldritch, una de sus mejores novelas, el protagonista regresa con una milagrosa droga que le promete a los consumidores una nueva experiencia: 'Dios promete la vida eterna', dice la propaganda, 'nosotros la proporcionamos'.
Por supuesto, no le comento nada de esto a mis amigas, que me muestran las ultimas fotos que subieron y parecen felices de pertenecer a Facebook, al igual que los millones de personas que siguen entrando y saliendo alegremente todos los días, o los dos millones que se agregan semanalmente seducidos, como los personajes de Dick, por el deseo de probar algo nuevo, sin entender realmente las consecuencias de un acto tan simple como hacer click sin leer la letra minúscula de los contratos que especifican que entrar es fácil, lo difícil es salir, especialmente si la empresa consigue pese al rechazo inicial que se aprueben las normas que le permiten mantener la información de una persona, aunque esta se haya borrado del sitio.
Como le explica Eldritch a uno de sus consumidores: '--¿Qué determina la duración de nuestra permanencia aquí? --preguntó Leo.
--Nuestra actitud. No es cuestión de la cantidad que hemos ingerido. Podemos volver cuando queramos...
--Eso no es cierto. Hace un buen rato ya que quiero salir de aquí. --Pero --dijo Eldritch-- no eres tú quien ha construido este... entorno; he sido yo y me pertenece'. REGRESAR |
