|
|
Hemos dicho que el final de una campaña es el momento cuando las sensibilidades se alborotan y los electores están pendientes de todo lo que pasa o puede pasar.
En ese clímax, los comandos tiran el resto para conectar a la población. Buscan consolidar y defender su posición (el que va liderando) o estremecer el mercado (el que va en segunda posición).
No hay duda de que el que va de primero no quiere asumir que representen una oportunidad para su adversario. Si puede evitarlo, el primero no participa en debates ni se retrata en grupo. No cambia la estrategia que le ha funcionado hasta ahora. No embiste trapos rojos y lanza, con precisión, los misiles que le han funcionado en el pasado.
El segundo candidato tiene un reto distinto. Primero, debe evaluar las cosas que le han permitido ubicarse en una buena posición y reforzarlas. Pero entiende que en el momento estelar, deberá asumir riesgos que le permitan superar al contendor. No es suficiente que su campaña sea buena, tiene que ser mejor que la del otro o de lo contrario terminará cerquita pero atrás.
Es en estos momentos, los eventos como Amuay se convierten en riesgos evidentes para el primero y oportunidades para el segundo. Son elementos que obligan al líder, si es oficialista, a usar estrategias de control de daños y al segundo a abanderar el deseo de investigación, identificación de responsables y castigo que podría permitir empaquetar todos los eventos negativos que suceden en el país como resultante de una misma cosa: la incapacidad e ineptitud de su adversario, a quien debe elevar los costos de sus actos (o más bien de su incapacidad de acción).
Amuay era un evento de esas características y no porque alguien lo provocara, sino porque otro no hace su trabajo bien. Sin embargo, la respuesta del gobierno fue la esperada ante el riesgo de contaminarse: atender la emergencia, acompañar a las víctimas y familiares, minimizar el evento y crear la matriz anticipada de que cualquiera que atacara al gobierno era un oportunista necrofílico. Chávez actuó como un cabeza de lista que intenta evitar que lo pasen en la curva.
En el caso de la oposición, el tema provocó los rechazos oficiales formales, pero se desechó la estrategia de liderar a la sociedad que quería responsables y castigo. Es evidente que Capriles pensó que existía un riesgo de que lo presentaran como un aprovechador y no quiso tomarlo. Pero lo único que se me ocurre para explicar eso, es que el candidato considere que no necesita tomar ese u otro riesgo para ganar. Siente que su estrategia, cara a cara, ha sido suficiente para desplazar a su adversario y que en ese caso, los riesgos deben ser tomados por el adversario y no por él.
Parece que los dos piensan que pueden ganar con la estrategia que han seguido hasta ahora. Alguno de ellos tiene que estar equivocado y esta perdiendo una oportunidad de crear un nuevo “momentum” que le ayude a voltear la tortilla. Los resultados del 7 de octubre dirán ¿Quién tiene la razón?... REGRESAR |
*** noticias no disponibles *** |
|