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La realizadora Yanilú Ortega argumenta que cumple una 'responsabilidad ' al documentar la vida en los terminales de pasajeros de Maracaibo, esos lugares de encuentros anónimos y fugaces, víctimas de la desidia y el olvido de los gobiernos locales, por lo que la gente no hace nada, pero que son auténticas radiografías urbanas 'Por eso me gustan los terminales', afirma

El terminal de pasajeros de Maracaibo es otra de las 12 películas nacionales que, sin la promoción que merecen, han sido estrenadas en la Quincena del Documental Venezolano. La directora es Yanilú Ojeda, una cineasta zuliana que es también conocida por su trabajo en el campo del audiovisual indígena, como realizadora, formadora y promotora. Para Vive TV realizó 32 reportajes y documentales del Noticiero Indígena entre 2004 y 2006. Además es una destacada directora de fotografía. En 2007 ganó los premios en ese renglón en el Festival Documenta y en el Festival del Cine Venezolano de Mérida.

En El terminal de pasajeros... la realizadora penetra con la cámara en ese microcosmos y disuelve su presencia en él, sin dejar de ser visible para el espectador, hasta el punto de que logra introducirse en lugares vedados para los que no pertenecen a ese ambiente, como los baños, atendidos por gente que no cobra un sueldo sino vive de las 'colaboraciones' de los usuarios; un módulo policial, donde presencia el diálogo de una buhonera con los agentes que la han sacado del terminal, y las discusiones entre los vendedores ambulantes a los que les está negado el acceso al lugar y los representantes de la fuerza pública que tratan de obligarlos a permanecer fuera, por ejemplo. También descubre los contrastes entre los diversos estatus de la gente que se desenvuelve allí: los funcionarios, los vendedores prósperos, los que llegaron arrastrados por el fracaso y los wayúu, que hablan su lengua y tienen su propio mundo dentro de ese mundo, en el cual son marginados y víctimas de abusos. Ese proceso va transformando la película: al principio la actitud predominante es la observación, pero de allí se va yendo hacia una denuncia planteada en términos cada vez más claros y contundentes.

Vértigo conversó sobre la película con la directora, quien forma parte de un pequeño grupo de realizadores del Zulia que destacan en el panorama del cine nacional, entre los cuales están también Patricia Ortega, y Leiqui Uriana y David Hernández Palmar, dos cineastas wayúu.



-¿Cómo nació el proyecto de El terminal de pasajeros de Maracaibo?



-Nací en Maracaibo pero viví durante mucho tiempo en Barquisimeto. Después tuve que retornar a Maracaibo por asuntos de estudio y tenía que volver siempre a Barquisimeto a visitar a la familia, y mi ruta obligada era el terminal de pasajeros. Viajaba casi que semanalmente, de ida y de vuelta, y la falta de recursos hacía que permaneciera durante mucho tiempo en allí, para esperar la buseta más barata. Obligatoriamente había que quedarse, y lo que me quedaba era observar. Pasaron bastantes años y un día me senté a escribir el proyecto. Quedó seleccionado en la convocatoria Yulimar Reyes del Conac. Una vez que eso pasó, retomé mis idas al terminal. Cuando estaba buscando recursos lo visitaba siempre y hablaba con la gente.



-¿Cómo fue el proceso de investigación?



-Me interesaba mucho saber cuál era el origen y entender por qué estaba como estaba y sigue estando. Fui conociendo unas personas que me comenzaron a contar la historia. Aparentemente ese era un terreno baldío y antiguamente allí había una playa. Fue la Shell la que lo construyó. Lo hizo porque tenían que pagar obligatoriamente por lo que sacaban de la explotación de gas y petróleo que venían realizando en el país, y que siguen realizando. El pago fue hacer el terminal de pasajeros. Hasta ese momento ni siquiera había un plan municipal. Se construyó, los transportistas comenzaron a 'organizarse', entre comillas, organización que duró muy poco tiempo. Después vinieron los intereses y las maracuchadas que nunca faltan, cada quien hizo su negocio como mejor le convino y cada quien cuida su parcela. La investigación fue así: comenzó desde que viajaba de Barquisimeto a Maracaibo, y viceversa, y terminó en el momento en que el proyecto fue aprobado y me fui a buscar personajes que me permitieran, a través de su trabajo y de sus acciones, poder mostrar lo que quería del terminal. La invención de los personajes tardó alrededor de tres meses. A mí me costaba hablar de mi propia ciudad y hacer foco en ese problema.



-¿Por qué era difícil?



-Yo estoy de acuerdo con el gobierno de Chávez. Hay gente que ha visto la película y me dice que es opositora. Yo creo que las interpretaciones que la gente haga sobre los trabajos de uno son absolutamente libres, pero entiendo que se dice eso porque hay una crítica en el trabajo. No solamente es crítico sino que además expresa una preocupación, porque así como está el terminal están muchas cosas en esta ciudad. Se ha dejado al abandono y a la buena de Dios lo que corresponde a las autoridades. Otra persona me llamó por la secuencia del alcalde, Gian Carlos Di Martino. Paralelamente a que está pasando todo eso en el terminal, está el encendido de las luces, algo que a mí siempre me ha parecido una botadera de plata absurda y me pareció bueno usarla para hacer el contraste, porque allá la gente estaba celebrando. ¿Cómo hacía yo, que soy chavista, para echar ese cuento de ese supuesto chavista? Más allá de mi posición política, no puedo no hacer foco en los problemas. Creo que el documental sirve y debe servir, en medio de este proceso tan bonito que tratamos de construir, precisamente para hacer crítica. Así como ocurrió en la Revolución Cubana, el cine y el documental tienen que servir para mirar los problemas que en tiempos de revolución estamos pasando y para que, en la medida de lo posible, las cosas puedan arreglarse.



-¿Cómo fue el proceso de penetración con la cámara en ese mundo?



-Creo que la metodología del cine directo siempre ayuda a que la gente se acostumbre a la presencia de uno con la cámara. No es un rodaje común y corriente, en el que uno decide comenzar el día 1 y terminar el día 20. Había días en que estábamos en el terminal, desde las 8:00 de la mañana hasta las 8:00 de la noche y no grabábamos nada, porque no pasó nada que pudiera interesarme para la historia. Hubo situaciones, como la del autobús de Expresos Los Llanos que fue atracado en el camino, que la gente, como sabía que uno andaba por ahí, se acercaba a avisar: 'Acaba de llegar un autobús que lo robaron'. Finalmente la gente entiende qué estás haciendo allí de tanto verte y ver que estás filmando, y se hace parte del proyecto. La misma gente que hace vida en el terminal se volvió productora de la película.





El terminal de pasajeros de Maracaibo



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-¿Cómo evitar que en situaciones como la del autobús la gente no adoptara la pose característica de alguien que está ante la cámara de un noticiero?



-Creo que, cuando pasas mucho tiempo haciendo un trabajo, al final la gente se cansa de esperar a que tú los grabes y asumen de nuevo su papel: el buhonero de buhonero, el policía de policía. Pasa un tiempo entre que ellos actúan para la cámara y cuando dejan de hacerlo, y es un tiempo que debes estar, obligatoriamente, haciendo el trabajo, para que eso no se vaya a sentir. En el documental, al menos es mi manera de pensar, el tiempo preciso para que la gente se acostumbre a tu presencia y a la presencia de la cámara es necesario. El tipo de documental que uno hace es el documental que espera a que la situación se dé y que no pone en escena nada.



-¿Cómo trabajó el montaje?



-Fue largo y como un parto. Un parto que duró dos meses. No sé hasta qué punto es bueno que uno haga su montaje. Yo no edité la cosa de una vez. Esperé dos meses antes de comenzar, un poco por eso de tomar distancia del material y porque cuando vuelves es otra lectura, ya no estás tan sensible, qué se yo. Fui digitalizando por secuencias. Todo lo que tenía que ver con los wayúu lo fui poniendo en una parte, lo que tenía que ver con los choferes en otra, así. Las secuencias que veía que podían ser útiles las fui editando y las dejaba así. Al final, cuando tenía todas las secuencias preeditadas, comencé a armar una estructura, cómo echar el cuento. Había muchas maneras de montarlo y decidí que tenía que ser un día en el terminal, que era lo que más me ayudaba a construir la cosa. Entonces comencé a jugar al rompecabezas, que es lo que uno hace cuando está editando. En el camino iba entendiendo todas las relaciones de poder que hay ahí dentro. Hay gente que dice que desde un principio tenía una estructura clara. Yo jamás he podido. No puedes saberlo porque todo es impredecible, como la realidad. Hay gente que dice que puede tener un guión listo y que la estructura la sabe. ¡No!



-¿Cómo es eso de las relaciones de poder?



-Al final, El terminal de pasajeros... es eso: cómo mostrar las relaciones de poder en ese espacio, y de manera justa, además. No creo que no haya sido justa incluso con Di Martino. Él es un gobernante y tiene que asumir su responsabilidad. En el caso de los policías, no era ponerlos como la cosa más mala y perversa del mundo, que en buena parte sí que lo son, sino también mirarlo desde ostro punto de vista, porque son seres humanos, igual que la wayúu que trabaja muy duro para vender sus pañitos y que recibe maltrato. Ahí ocurren tantas cosas que al final te vas dando cuenta de que todo tiene que ver con todo, y es lo que traté de hacer cuando estaba armando la historia: relacionar todo con todo. Había también, como en todas partes, gente que no hablaba absolutamente nada cuando prendías la cámara, aunque cuando estaba apagada te podía contar. Eso también ayudó a entender cómo eran esas relaciones de poder. La gente se censura también.



-A media que va avanzando, el documental pasa poco a poco de la observación a ser una película que denuncia cosas. ¿Por qué?



-Es que un asunto de vivir una realidad tan cercana. Esa realidad te está tocando y, aunque no seas parte de ella, porque yo no vendo camisas en el terminal, a fin de cuentas me habla de mi realidad también. Yo salgo a coger el autobús frente a mi casa y puedo ser víctima de la inseguridad, etcétera, etcétera. Una cosa me lleva a la otra por lo que yo vivo como ciudadana de Maracaibo. Cuando me meto en ese espacio tan puntual, no es que me salga de la ciudad; ese lugar es parte de la ciudad, y eso me lleva a trasladar las vivencias mías a las vivencias de las personas en el terminal. La situación del señor que trabaja en el baño, que no tiene un sueldo, esa situación no solamente la veo en el terminal de pasajeros, la veo reproducida en un montón de lugares. Hay tantas injusticias que es imposible no gritarlas, pues.



-Usted es parte de un movimiento de cine en Maracaibo. ¿Cómo ve usted ese movimiento?



-No sé si llamarlo 'movimiento'. Me parece que todavía nos falta mucho para serlo. Hay muchos problemas de egoísmo, y cuando los egos y las poses pasen a un segundo plano, tal vez podremos hablar de un cine zuliano. Yo lo veo de esa manera. Mientras tanto creo que estamos en la búsqueda, porque de alguna manera hablar de un cine zuliano sería decir que hay un lenguaje que se ha construido. Es un poco lo que dice la gente del maestro Román Chalbaud: él tiene un lenguaje particular. Hasta tanto nosotros no consigamos desarrollar un lenguaje que pudiera llamarse propio, no podríamos hablar de un cine zuliano. También son pocas las personas que lo están haciendo. Somos en total como seis o siete los que tenemos cabida en los espacios comunicacionales. Tampoco ayuda mucho hablar del cine zuliano en términos de producciones. ¿Cuántas son al año? Creo que podríamos hablar de él cuando tengamos por lo menos 10 películas al año, o 10 cortometrajes por lo menos. No sé tampoco hasta qué punto a la gente le interese el cine zuliano. Para que exista ese cine tiene que haber un proceso de identificación y me parece que aún estamos muy lejos de eso. La gente prefiere seguir viendo Un Chihuahua en Beverly Hills, por ejemplo. Habría que ver también si los fondos regionales se pueden hacer, para que ese llamado 'cine zuliano' pueda surgir. Sí creo que, gracias a la producción independiente, las televisoras comunitarias y el proceso revolucionario que comanda Chávez hay mucha gente que ha tenido más oportunidad de hacer. Ahí hay que hablar obligatoriamente de los indígenas. Eso ha generado otro movimiento, que no existía en esta ciudad. Leiqui Uriana es un poco el resultado de ese proceso.



-¿Qué está haciendo en ese momento y qué planes tiene?



-He estado haciendo cosas que no tienen que ver con la producción sino con la formación, que es algo en lo que nosotros cumplimos un papel superimportante: acercar el cine a la gente que cree que, como está en Cines Unidos, es una cosa inalcanzable. He estado en procesos de formación y de gestión cultural. Recientemente terminamos una muestra de cine indígena. Estoy haciendo un posgrado de antropología y como parte de él tengo un proyecto que se llama Shawantamana, terminal de pasajeros de los wauyúu en la ciudad de Maracaibo. Es un terminal de características bastante particulares porque responde a la dinámica wayúu, básicamente. Desde el año antepasado estamos armando un proyecto sobre el hotel Granada. Es un lugar de mucho valor arquitectónico para la ciudad, que en un momento quisieron demoler. Es sobre todo para hablar de la falta de valoración de los espacios arquitectónicos tradicionales. Maracaibo ha venido sufriendo una devastación de su memoria arquitectónica. Lo voy a hacer con el productor de El terminal..., Israel Colina. REGRESAR


Fecha publicada: 18/10/2010
Fuente: Correo del Orinoco
Tema: transporte

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